
La dictadura de los tontos simpáticos
Lo bueno de elegir siempre al tonto simpático es que los desastres se anuncian con una sonrisa
Javier Cruces
Viernes, 11 de abril 2025, 07:39
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Javier Cruces
Viernes, 11 de abril 2025, 07:39
A veces, al llegar a casa, me dan ganas de colgar en la puerta un cartel que diga: 'No se aceptan más opiniones sin argumentos, ... ni más buenos rollos sin neuronas'. Pero no lo hago, porque vivo en una comunidad de vecinos y aún conservo la esperanza de que me rieguen las plantas cuando me vaya de vacaciones.
Nos han convencido de que todo el mundo tiene algo valioso que decir. Suena bien, hasta que lo escuchas. Decir que todas las opiniones valen lo mismo es como decir que todos los vinos emborrachan igual: cierto, pero algunos merecen el descorche y otros suenan a «¿por qué me tomé el último?».
Por lo que sea, alguien decidió que la ignorancia no solo era válida, sino que era un rasgo de autenticidad: no importa tener razón, sino parecer majo, mono, cuco. Entre el sabio antipático y el tonto simpático, el mundo está votando en masa al segundo para convertirnos en lo que somos ahora: una democracia de abrazos temerosa de preguntar al sabio, entusiasta de encumbrar al tiktoker, ansiosos de aplaudir a un líder y también de matarlo; un líder no solo está para gobernar, sino que también sirve para tapar nuestras miserias como pueblo. Con él se van nuestros errores; nos duchamos, elegimos a otro.
Defiendo el elitismo intelectual. No el de traje, latinajos y apellidos compuestos, sino el de la lectura lenta, la duda incómoda, el verbo afilado. El elitismo del que pelea con ideas y no con partidos políticos, el que ha leído artículos difíciles o no entendió a Chesterton a la primera y volvió a intentarlo, el que ha sentido miedo al pensar en esta época 'turbowoke' y ha encontrado consuelo en unas páginas subrayadas. Ese que, en definitiva, como decía Juan Manuel de Prada, encuentra la auténtica oposición a las ideologías de derecha e izquierda en mandar a los dos a la mierda.
Lo bueno de elegir siempre al tonto simpático es que los desastres se anuncian con una sonrisa. No es mucho, pero peor es salir en bici un domingo. En fin, aquella sonrisa irremediablemente ayuda a que, cuando nos vayamos al carajo, uno no solo no se queje, sino que se conforme al ser más pobre que nunca mientras se dice asimismo que lo importante siempre fue participar.
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