
Un mantel también es familia
Hay siempre, además del mantel, otros objetos litúrgicos que componen la escena navideña, como la cubertería de las visitas o el belén de la entrada
Javier Cruces
Viernes, 3 de enero 2025, 07:23
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Javier Cruces
Viernes, 3 de enero 2025, 07:23
Cada 22 de diciembre, uno llega a casa de sus padres antes del mediodía. Esta vez llego con hambre tras las 4 horas del coche ... Madrid-Azuaga. Saludo, doy abrazos, hay risas, jolgorio. «Voy poniendo la mesa», digo. «Tu hermano llegará por la tarde», dice mamá. Abro un cajón de la cocina y saco un mantel de batallas menores: amarillo, deshilachado, cansado. Lo extiendo en el aire y se deposita lentamente porque con los años ha aprendido a hacerlo solo. Mamá ve la imagen desde la cocina: «¿Dónde te crees que estás?». Yo no sé qué contestar. Algo he hecho. «Coge ahora mismo el mantel de la Navidad».
En rigor, podríamos decir que ni siquiera la Navidad, con perdón, es tan sagrada como el mantel de la Navidad. Es un mantel blanco de bordes rojos, muy festivo, con dibujos de abetos decorados que colocamos en vísperas del 25 y debe sobrevivir hasta el 7 de enero. Nos conocimos cuando yo tenía un año y sin pensárselo me dejaba lanzarle purés y trozos de cualquier cosa. Lo hizo también mi hermano. Ahora lo hace también su hijo. Una tarde, B. y mamá se fueron a hacer unas compras a Badajoz. Mi hermano y yo quisimos darle de comer a C. Pusimos el mantel y este comenzó a derramar baba y papilla, a reírse con carcajadas de bebé. Ahí solo había una persona que sabía lo que hacía y no éramos ni mi hermano ni yo. «Lo mato. Tiene que aprender a comer», dijo mi hermano, y yo pensé que los que teníamos todo que aprender éramos nosotros.
Hay siempre, además del mantel, otros objetos litúrgicos que componen la escena navideña, como la cubertería de las visitas o el belén de la entrada. Este año hemos tenido que desangelarlo porque C. tiene dos años y ha visto en él un estupendo castillo de Playmobil. Quizás, un niño jugando con un portalito sea todo lo que está bien en el mundo.
Mientras retiraba las figuras con mamá, le comenté lo que Ana Iris Simón decía en su última columna, aquello de que en la segunda mitad de la vida los propósitos para año nuevo pasan ser de individuales a colectivos: «Tú no te pierdas en Madrid, hijo, que hay mucha gente». Tiene mucho de cierto porque mis despropósitos (porque nunca los consigo) de 2025, a diferencia de los suyos, eran un poco más ombliguistas; encaminados a dejar de fumar, descubrir si hay mujeres más allá de Tinder o averiguar, finalmente, qué es 'ultraderecha'.
En cualquier caso, siempre merece la pena recordar los propósitos que Manuel Vicent escribió en 2009: «Lo mejor que uno puede desear (…) son felices sobresaltos, maravillosas alarmas, sueños imposibles, deseos inconfesables (…). Que te pasen cosas distintas, como cuando uno era un niño».
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