Hemos abusado tanto de calificar todo como acontecimiento histórico, partido del siglo o mejor concierto de todos los tiempos, que estamos perdiendo nuestras capacidades colectivas ... para calibrar la importancia de cada momento en su justa medida. De joven cualquier novedad que te ocurre es un hito digno de ser recogido en las enciclopedias, aunque el tiempo te enseñe que no hay demasiadas cosas nuevas bajo el sol. La edad contemporánea, que parece que todavía no ha acabado, nos la tuvimos que aprender con sus invasiones, sus guerras, sus armisticios, sus tratados de paz, con congresos en Viena y conferencias en Yalta, pero a mediados del siglo XX el mundo sufrió una crisis de dimensiones incomparables: una guerra mundial con millones de muertos, genocidios y bombas atómicas para las que el planeta se intentó vacunar a posteriori, con el propósito de que lo ocurrido no volviera a acontecer jamás.
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Y un 10 de diciembre de 1948 nació la Declaración Universal de los Derechos Humanos, con 30 artículos llenos de muy buenas intenciones y a las que uno solo puede oponerse si carece de un mínimo de sensibilidad, de empatía hacia quienes son diferentes o de cualquier sentido de la justicia. A lo largo de casi 80 años la Declaración ha sido vilipendiada por gobiernos de todos los colores, grupos armados y hasta por corporaciones con más poder que la inmensa mayoría de los Estados. Solo un reducido grupo de países podían parecer lugares donde esos Derechos Humanos fueran medianamente respetados y era Europa, con todos sus defectos, uno de esos territorios.
Sin embargo, durante las últimas semanas parece que se están poniendo en tela de juicio –y sin rubor– aquellos valores humanos universales que constituían el denominador común entre quienes sí creen en la civilización, frente a quienes apuestan por la barbarie. Y es precisamente en Europa, uno de esos pocos espacios que gozaban con cierto nivel de humanidad, donde avanzan a pasos agigantados los que creen más en la fuerza militar y económica que en cualquier otro principio. El nuevo gobierno estadounidense y sus valedores mediáticos y económicos están dispuestos a dictar un nuevo orden mundial en el que todo valga, en el que se perdonen los comportamientos genocidas, en el que se aniquile a todo un pueblo para construir un complejo turístico junto al Mediterráneo sobre el cementerio de miles de niñas y niños palestinos.
Ya no disimulan nada y desmontarán todo el sistema de educación, sanidad y protección social que Europa levantó tras la II Guerra Mundial. Cuentan, además con millones de votantes europeos que aplauden las bravuconadas de Trump, que creen que nada grave les puede pasar y que Alice Weidel no es nada peligrosa, que es lo mismito que se pensaba de un tal Adolf en 1933.
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El mundo en manos de Trump, Putin, Xi Jinping, Musk y Bezos no será un paraíso de libertad por muchas cañas que te tomes, ni un paraíso de justicia si quien la imparte obedece a este quinteto. ¿Seremos capaces de calibrar las consecuencias de todo esto? ¿Somos conscientes en Europa de lo que nos estamos jugando en estos momentos cruciales o somos incautos que lamentaremos nuestra desidia?
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