No sé la pregunta, ¡pero el sexo es definitivamente la respuesta!». Esta cita de Woody Allen le podría haber servido a Darwin para aliviarle de ... la angustia que le provocaba contemplar la pluma de pavo real e intentar comprender como la evolución la había hecho posible. Expresando: «La visión de la pluma en la cola de un pavo real, siempre que la miro, ¡me pone enfermo!».
Tras la publicación de su transcendental libro 'El origen de las especies' (1859), el «GPS de la biología» para guiarnos por el laberinto de la vida y poder así, biolocalizar nuestra propia posición en el escenario evolutivo, dando respuesta a la atávica pregunta ¿de dónde venimos?, que no es moco de pavo, plumas aparte. Darwin intuía que además de la selección natural existía otro mecanismo de evolución. Seguramente en su pensamiento aparecía recurrentemente una pregunta inquietante. Si la selección natural estaba impulsada por la supervivencia diferencial de las variaciones heredables, entonces ¿cuál era la explicación de la elaborada belleza de esa cola de pavo real? Pregunta que le obsesionaba e irritaba, ya que parece obvio que esa enorme cola no contribuye a la supervivencia del macho; más bien al contrario, ralentiza los desplazamientos aumentando así la vulnerabilidad a los depredadores. Y más aún, se preguntaba machaconamente ¿qué objetivo tenían los estadios intermedios de la evolución de los ocelos en la cola del pavo real? Reflexionar sobre esta cuestión le debió estresar sobre manera, no olvidemos que en esas circunstancias poder explicar cualquier aspecto de la evolución era un desafío intelectual enorme, situados en un contexto paradigmáticamente fijista y creacionista, intentar explicar los cambios de los ocelos de la cola del pavo real era una pesadilla intelectual desgarradora.
Tampoco es difícil imaginar los feroces ataques que recibió Darwin en el contexto victoriano del siglo XIX, a la vista de los reflorecientes planteamientos «negacionistas» de hoy. En aquellas circunstancias históricas, filosóficas y científicas, Darwin tuvo que hacer frente a tres incertidumbres fundamentales: la primera, no disponer de una teoría genética; la segunda, explicar el origen evolutivo de los seres humanos y su diversidad, y la que a él más le preocupaba, el origen de la belleza imposible. Intentó elaborar una teoría genética sin éxito, no era fácil, aunque mira por dónde ya estaba elaborada y publicada desde 1865 (las leyes de la herencia genética de Mendel). Respecto al tema de la evolución humana, Darwin, saliéndose por la tangente, no entró en el problema de fondo y únicamente anticipó que «se arrojará luz acerca del origen del hombre y de su historia» y vaya sí se ha hecho. En 1871, con la publicación de 'El origen del hombre', Darwin abordó más exhaustivamente el problema de los orígenes humanos y propuso un segundo mecanismo de evolución, la selección sexual, para explicar los ornamentos y las defensas de los individuos y que, por supuesto, era independiente de la selección natural. Esta propuesta, ya le vino grande, incluso a los seguidores más acérrimos e incondicionales. La selección natural no puede ser la única dinámica que influye en la evolución, porque no explica plenamente la extraordinaria diversidad de ornamentos que vemos en el mundo biológico. A Darwin le llevó mucho tiempo reflexionar sobre este dilema. La extravagancia de la cola del pavo real no parecía tener el menor valor para la supervivencia del animal, a diferencia de otros rasgos hereditarios que sí son resultado de la selección natural. El diseño de esta cola parecía cuestionar todo lo que decía en 'El origen de las especies'. Finalmente, Darwin llegó a la conclusión de que había otra fuerza evolutiva que actuaba sobre la selección, e incluso para aquellos seguidores más ortodoxos de Darwin esta idea suponía una abjuración de la omnipotencia del poder explicativo de la selección natural. Así, la evolución estética mediante la elección de pareja es una idea tan peligrosa que hubo que silenciarla dentro del propio darwinismo. Pero la realidad es que para Darwin empezaban a estar las cosas claras cuando escribió: «La belleza más refinada puede servir como encanto sexual, sin ningún otro propósito». Si los resultados de la selección natural venían determinados por la supervivencia diferencial de las variaciones heredables, entonces los resultados de la selección sexual vendrían determinados por su éxito sexual diferencial, es decir, por los rasgos heredables que contribuyen al éxito del individuo para obtener una pareja.
Evidentemente estas ideas no iban a pasar desapercibidas, es más, en la actualidad todavía son muchos los que no han terminado de leer esos renglones, y no terminan de pasar página. Robert Sapolsky expresa literalmente en su libro 'Compórtate': «No se puede empezar a comprender algo como la agresividad, la competencia, la cooperación y la empatía sin la biología; digo esto por una clase de científicos sociales que creen que la biología es irrelevante y algo sospechosa ideológicamente cuando se piensa en la conducta humana». En un contexto del avance biotecnológico, Sheila Jasanoff, en su libro 'La arrogancia de la biología', plantea que el poder de la biotecnología para poder reescribir y corregir los «errores» de la naturaleza no debiera adjudicarnos el papel de intérpretes de la vida; argumentando que la vida es mucho más rica y compleja por la cultura, por el carácter social e intelectual del hombre, y su relación con la naturaleza. Acerca de su pregunta: «¿Puede la ciencia dotar de sentido a la vida?», desde un enfoque no antropocéntrico, de pensamiento crítico y sin arrogancia, no sé realmente, a cuento de que, viene la pregunta, ¡pero la biología es definitivamente la respuesta!
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