Cuarenta años investigando desapariciones de menores y nunca imaginamos que acabaríamos causando aún más dolor a las parejas que sufrían la pérdida de un hijo. ... Y todo por culpa de los avances de la ciencia, quién nos lo iba a decir. Cuando surgió la técnica de comparación de ADN, pensamos que ganaríamos mucho tiempo en la localización de los menores cotejando el material genético del hijo desaparecido con el de su padre. Así fue, pero no siempre, sólo en los casos en los que ambos coincidían; o sea, cuando el menor era hijo del hombre al que se tenía por su padre. Nos cayó encima un desastre de proporciones catastróficas: se descubrió que cientos de padres no eran realmente el padre del desaparecido. Ahora sólo hacemos la prueba con las madres, por si los sustos. Nunca un avance provocó tanto retroceso desenterrando piadosas mentiras que parecían bien enterradas, maldito chivato.
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