Las urnas no pueden sacralizarlo todo y hacer normal la anormalidad. También de las urnas pueden salir dictadores. No podemos contemplar, sin inmutarnos, el suicidio ... o disolución de una nación de más de cinco siglos de existencia, que está siendo liderada por la ambición y la soberbia de un iluminado, sustentado por un sectarismo comunista decimonónico y bolivariano y, sobre todo, por la asegurada deslealtad de los que España «les importa un pito». Nada se puede construir con los que quieren demoler, ni tampoco es de recibo rodearse de bomberos pirómanos y nunca se pueden meter a las zorras en los gallineros, porque, ya se sabe, que los experimentos hay que hacerlos con gaseosa. Tras el aturdimiento navideño, tiene que llegar la reflexión y la nítida percepción de la realidad social y política, con unos políticos sectarios y corruptos que pone en serio peligro una democracia por tanto tiempo soñada.
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