Un cuerpo sin vida es como la envoltura, la cáscara vacía, de lo que ha sido un ser humano, sus vivencias, sus ideas, sus sentimientos, ... sus efímeros momentos de felicidad o sus largos tiempos de sufrimiento, su placer o su dolor, su amor y su odio, su familia y amigos, y también sus enemigos; sus recuerdos y esperanzas, su juventud con brillo en la mirada y la mortecina luz en los ojos de la vejez. En definitiva, las luces y sombras de todo ser humano en sus transcurrir por este valle de lágrimas. Todo parece terminar cuando el corazón deja de latir. Miramos y remiramos un cuerpo sin vida, pero todo apunta a que todo su contenido y esencia ha pasado al otro lado del espejo, a otra dimensión carente de espacio y tiempo. Contemplamos la lividez y el vacío de la muerte, pero soñamos y siempre esperamos que la muerte no sea el final. Con la muerte de los seres queridos, siempre pienso en Miguel de Unamuno, tan preocupado y obsesionado con sobrevivir a la muerte. «Méteme, Padre Eterno, en tu pecho, misterioso hogar, dormiré allí, pues vengo deshecho del duro bregar».
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