Seguramente saben, porque ha sido comidilla pública durante unos días, que el exministro de Transportes José Luis Ábalos ha sido el protagonista de un serial en un periódico digital llamado 'The Objective', que ha dedicado varios capítulos a contar lo que asegura que son las ... razones por las cuales fue defenestrado del Gobierno y de la Secretaría de Organización del PSOE prácticamente de la noche a la mañana.

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Lo que ese sitio de internet cuenta es que Ábalos cayó fulminantemente en desgracia por disoluto, por putero, por manirroto... Habla de continuas fiestas con prostitutas, alguna tan desencadenada en un parador de turismo que acabó con la habitación destrozada; otras en pleno confinamiento y saltándose todas las restricciones de movilidad. Habla de manejo a manos llenas de dinero en billetes de 500 euros de origen desconocido, por su parte y por sus colaboradores más cercanos. Es decir, traza un perfil de Ábalos opuesto a todo lo que debe ser un alto representante público y lo muestra como una bomba andante que había que desactivar antes de que estallara dentro del Consejo de Ministros e hiciera saltar por los aires el Gobierno.

Yo no sé si lo que cuenta 'The Objective' sobre Ábalos es verdad. Lo que sí sé es que aunque lo fuera –y sobre todo si lo es–, hace un flaco favor a la verdad y al periodismo. Esta aparente contradicción merece una explicación, que es sencilla aunque haya quien que no la entienda: muchas veces en periodismo la verdad no es suficiente. El periodista se encuentra ante situaciones, sobre todo cuando está en juego el honor o la fama de alguien, en que lo importante de su trabajo no es contar la verdad, sino ofrecerla acompañada de los datos suficientes para que los ciudadanos no tengan duda de que es información y no otra cosa.

Lo que le faltaba al periodismo es que la sección de chismes del bar se aposentara en la Redacción

Esto es lo que no ha ocurrido con Ábalos, que ha sido objeto de un serial pretendidamente informativo en que no hay un solo hecho sustentado en datos: el portal digital habla de destrozos en la habitación de un parador, pero nada se sabe de qué parador, mucho menos de qué habitación ni de cuándo; se habla de la existencia de un vídeo sobre las correrías del exministro, pero ningún indicio de su existencia que permita al lector dar credibilidad a lo que lee; se citan fuentes próximas al Gobierno y al PSOE «de máxima solvencia», pero todas esas fuentes son anónimas (no hay nadie en todo el texto que sustente con su nombre nada de lo que ahí se dice), de modo que al lector se le pone en la tesitura de creer que Ábalos debe ser crucificado, pero sin aportar ni una prueba para justificarlo. Cuando un periódico nos pide un acto de fe... malo.

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Ya sé que esta especie de periodismo justiciero no es nueva: los tabloides británicos lo practican desde siempre. Pero sí creo que es nuevo que un producto como el que 'The Objective' pretende pasar por investigación periodística haya sido dado por bueno por reputados columnistas y se hagan eco de ella (en HOY, Rosa Belmonte o Chapu Apaolaza, por ejemplo). Lo que le faltaba al periodismo es que la sección de chismes del bar se aposentara en la Redacción.

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