Ya casi nadie se acuerda de que Olivenza se convirtió en un foco de interés para la comunidad científica internacional el 19 de junio de 1924. Serían las nueve de la mañana y los hermanos Pacheco Cordero, que estaban recogiendo guisantes en la finca 'El ... Lemus', se llevaron el susto de sus vidas. Oyeron tres fuertes detonaciones y vieron venir hacia ellos desde el cielo algo a gran velocidad envuelto en humo blanco. A los pocos segundos, a punto de caer sobre ellos, el objeto hizo un movimiento extraño e impactó contra el suelo a pocos metros de donde estaban. El revuelo, se pueden imaginar, fue enorme. La «bola de fuego» cruzando el cielo fue observada por muchísimas personas de diferentes localidades cercanas de Portugal y España. Se recogieron numerosos fragmentos del cuerpo celeste que había caído. Hoy en día, todavía hay casas de Olivenza donde se conserva algún fragmento del meteorito recogido por abuelos o bisabuelos (por lo que al valor económico se le une el valor sentimental). Ese jueves, se celebraba el Corpus Christi, se quedó grabado para siempre en la localidad de Olivenza.
Como un ejemplo de la enorme difusión internacional que tuvo este evento, el famosísimo astrónomo francés Camille Flammarion, una celebridad en aquella época, avisaba a los lectores de la revista 'L'Astronomie' de la caída y recuperación del meteorito de Olivenza en su volumen trigésimo noveno. Esta revista era una lectura obligada para cualquier aficionado o profesional de la astronomía y las ciencias de la Tierra de aquella época. La nota de Flammarion continuaba con un resumen de los estudios espectroscópicos llevados a cabo por el físico español Manuel Martínez Risco con algunas de las muestras recogidas del meteorito.
Lamentablemente, este centenario ha pasado desapercibido para la sociedad extremeña, en particular, y española, en general. Sólo en Olivenza, el joven científico Carlos Mora Rubio impartió una interesantísima conferencia en el Museo de Olivenza el pasado día 19 de junio para conmemorar tan señalada efeméride. Está claro que en nuestro país y en nuestra región tenemos un grave problema con la difusión, la divulgación y el mantenimiento de las actividades científicas a las que, en muchas ocasiones, no se les da el valor que merecen. El caso de Cajal, por poner un ejemplo notorio, es flagrante: uno de los científicos más famosos de la historia de la humanidad no tiene aún en su país natal ni un pobre museo ni un plan para mantener su legado y su memoria.
El centenario olvidado del meteorito de Olivenza debería haber servido para recordar a los ciudadanos que uno de los mayores peligros al que nos enfrentamos como humanidad es el impacto de cuerpos menores del sistema solar contra nuestro planeta y que la ciencia debería brindarnos una solución a este problema. Un choque catastrófico a gran escala es muy improbable, pero las consecuencias serían devastadoras. El ejemplo más claro es el choque de un cuerpo de unos 10 kilómetros de diámetro contra nuestro planeta ocurrido hace 65 millones de años y que provocó la extinción de una gran parte de las especies vivientes.
Pero no nos tenemos que ir tan atrás en el tiempo. El 30 de junio de 1908, un objeto celeste de unos 50 metros de diámetro explotó desintegrándose en la atmósfera a unos 5 kilómetros de altura. Afortunadamente, el evento ocurrió sobre una zona prácticamente despoblada (Siberia Oriental), pero se estima que derribó unos 80 millones de árboles en un área de más de 2.000 kilómetros cuadrados. Si este evento de Tunguska (como es conocido) hubiese ocurrido sobre una zona poblada, hubiera sido una catástrofe de máxima magnitud. Mucho más reciente es el evento de Cheliábinsk que ocurrió el 15 de febrero de 2013 sobre dicha ciudad rusa. En este caso, el objeto era de unos 15 metros de diámetro y se desintegró parcialmente en la atmósfera. No hubo ningún herido de gravedad, pero más de mil personas tuvieron heridas leves (la gran mayoría fueron cortes con los cristales rotos que produjo la onda de choque originada por la explosión) y un centenar tuvo que ser atendido en hospitales.
Durante las últimas décadas, astrónomos y físicos de la Tierra han ideado numerosas soluciones para evitar este tipo de eventos. La prevención es nuestra mejor arma contra estos impactos fortuitos. Las mejores soluciones se basan en detectar los cuerpos celestes potencialmente peligrosos, estudiarlos con detalle y, llegado el caso, intentar modificar artificialmente su trayectoria para que no impacten contra nuestro planeta. El espacio es tan grande que sólo hay que modificar mínimamente la trayectoria de un cuerpo para que no llegue a impactar contra la Tierra años o décadas después. Los científicos tienen soluciones, pero necesitan del apoyo de la sociedad y de los políticos que gestionan los fondos que deben ser utilizados para investigación.
Hace cien años, los oliventinos se dieron cuenta de que podían caer «piedras del cielo» y que podían ser peligrosas. Su localidad se convirtió de pronto en un lugar conocido por los científicos que estudiaban los meteoritos. Los trozos de roca del espacio que recogieron ese día se repartieron entre los más prestigiosos centros científicos y museos de historia natural de todo el mundo. El meteorito de Olivenza debería ser utilizado para la promoción de esta bella localidad extremeña. Su historia, además, nos explica por qué es importante estudiar el entorno espacial de nuestro planeta. Tendríamos que haber conmemorado este centenario por todo lo alto.