Mañana 28 de enero, Santo Tomás de Aquino. Todos los santos son iguales. Iguales ante Dios y ahora iguales ante la ley, la ley positiva, la ley administrativa, la ley del Ministerio de Educación. Todos iguales, intercambiables como santos que son. Igualados los alumnos, igualados ... los profesores y por tanto los santos. En el mismo saco Santo Tomás y San Juan Bosco con las huestes de Bachillerato Unificado Polivalente y de Formación Profesional, con la ESO de la enseñanza obligada y la enseñanza deseada del Bachillerato cuatridimensional.
Santo Tomás de Aquino dejaba por descuido la ventana abierta en pleno invierno y no se le enfriaban las ideas que le hervían en el caletre. Parece que cuando uno está en el tercer grado de abstracción no interfieren los agentes atmosféricos y sociales. Según las últimas investigaciones, parece que lograba la concentración intelectual sin haber hecho cursos de yoga o una propedéutica expresa al estudio, ni unas jornadas técnicas de trabajo intelectual. Esto pasma a la pedagogía actual. Había aprendido a estudiar estudiando, sin más, dale que te pego, estudiando. Solo han podido rastrearse ciertos restos procedimentales, determinación y concentración, de rancio escolasticismo. Hoy difícilmente inteligible. No deja de extrañar que una maquinaria tan pesada pudiera producir conceptos sutiles y finas ideas. Vamos, y que además tanta abstracción intelectual diera tantas veces en la diana de lo divino y de la cosa mundana, cuando parecía que no se enteraba de nada. Un especimen raro. Tanta intelectualidad, tanta lectura (por no haber hecho un cursillo de lectura rápida), tanto escrito abstruso, que si razón razonante y si razón razonada. Venga. Qué falta de productividad. Habría que haberle visto hoy, ahora que la filosofía se desgrana en las novelas que casi nadie lee o siempre lo hacen los mismos o se explica en el plató de televisión al lado de una diseñadora de moda que no entiende nada al filósofo y a la que tampoco entienden los telespectadores; porque lo que no se ve no puede entenderse. Tal vez salga un periodista que dice lo mismo que el filósofo, pero más light, y al que entienden algo mejor los espectadores. Menos tochos, Tomás. Pues nada, que este ha sido el patrón de los estudiantes (católicos) y el arquetipo del estudiante estudioso, pero que ahora mismo no sabemos si la Administración le ha dado la idoneidad para mantenerse de patrón. Si fuera que no, es normal porque ya los estudiantes parece que son como menos estudiosos y además para qué quieren un arquetipo si ya no saben lo que significa arquetipo o paradigma.
Todo lo contrario San Juan Bosco, 31 de enero. Este fundador de los salesianos nada de encerrarse en un estudio y menos de escribir. Manos a la obra. A experimentar. A trabajar codo con codo con los muchachos. Nada de hacerles estudiar teoría. A formarles humanamente mientras trabajaban divertidamente o se divertían provechosamente. Santo Tomás con estos muchachos no hubiera conseguido nada. Menudo rollo, dirían. Pero tampoco daría más palos de ciego. Él sabría que no era porque los chicos fueran malos sino que no les va la palabra a secas, y menos la palabra abstracta, y porque no les mola nada la palabra escrita, tan pesada. Vamos, que él que distinguió tantas funciones en el ente comprendería perfectamente la heterogeneidad y que las aulas de Don Bosco no estaban hechas para él.
A Tomasito lo llevaron sus padres desde Aquino a la abadía benedictina de Montecasino. Pero el «ora et labora» sin más no iba con él. Se fue a otra orden religiosa porque prefería dedicarse a estudiar, dialogar y escribir. Nadie puede imaginárselo de ecónomo en una abadía o enseñando el trivium y el quatrivium en las escuelas menores y, no digamos, de jefe de los artesanos o herreros de su convento. Podrían haberle reconvertido por decreto de obediencia, reducirle a lego, pero lo suyo era manipular conceptos, juicios y silogismos.
A Don Bosco le llevó su corazón de hombre creyente a organizar escuelas técnicas para formar niños y jóvenes cuyo componente intelectual era más rico operativamente que especulativamente o que no querían o no podían dedicarse al estudio. Talleres de mecánica, talleres de teatro, talleres de pintura; talleres de circenses y saltimbanquis, de manufactura textil y sastrería. Era lo suyo. Sus superiores no le mandaron a estudiar derecho o filosofía. Bastaba ver la ilusión que ponían en dar hechura de hombres derechos y profesionales industriosos a niños dejados de la mano de Dios y de los hombres. Hoy les llevaría por la tecnología, la informática y hasta la inteligencia artificial.
En Tomás de Aquino y Juan Bosco había ilusión y decisión pero seguían caminos diferentes. Un mismo espíritu, pero diversidad de dones, diversidad de servicios y diversidad de funciones. Lo explicaba muy bien Pablo de Tarso. El mismo Espíritu movió a estos dos y a todos los santos para el bien común. Pero el mismo y único espíritu repartió a cada uno en particular diferentes cualidades y aficiones, como individuos y sobre todo como personas con su carisma y su personalidad. Bueno, a los santos y a todo quisque, cada uno con su maleta. Igual de hombres todos, el mismo espíritu, pero cada uno con sus señas de identidad.
Yo creo que ahora nuestros políticos gubernamentales han descubierto algo de esto ya que dicen, ojo, que no todos los políticos son iguales. Tal vez descubran que cada santo tiene su santuario y, a este paso, acaben por descubrirnos a nosotros como personas y personas diferentes a cada cual. Y, si se empeñan, acabemos todos por ser ciudadanos respetables… y respetados por sus obras como Santo Tomás que no daba para más y como San Juan Bosco que no daba para menos.
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