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JULIÁN RODRÍGUEZ PARDO
Martes, 15 de agosto 2023, 08:18
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JULIÁN RODRÍGUEZ PARDO
Martes, 15 de agosto 2023, 08:18
Cuando, en 2021, Angela Merkel estaba a punto de dejar su puesto como canciller de Alemania, el periodista y escritor David Safier –Maldito Karma- se preguntó a qué dedicaría su tiempo libre de jubilada la mujer que –durante dieciséis años– había regido su país con ... aparente mano de hierro. Safier jamás la había votado, pero confesaba su respeto por esa señora de la que, más allá de sus hechos políticos, se desconocía casi todo. Así que aprovechando que sobre el universo Merkel todo estaba por inventar, la envío a un pueblito de la Alemania rural –con su pensión religiosamente pagada cada fin de mes– y la convirtió en la detective Miss Merkel, al más puro estilo de la Jessica Fletcher televisiva de Se ha escrito un crimen. La recordarán: esa sexagenaria con un fondo de armario más variado que el de Angela que, sin enterarse aparentemente de nada, se enteraba de todo gracias a su imagen de abuelita inocente. Y, así, a lo tonto, iba resolviendo crímenes a diestro y siniestro.
Durante su primer mandato al frente de la cancillería –entre 2005 y 2009– Merkel les pareció a muchos justo lo que no era: más grande y torpona de lo que su metro sesenta y cinco y su coeficiente intelectual de licenciada y doctora en Física inducirían a pensar a cualquier persona lógica. Puede que el error se debiera a su colección de trajes-pantalón idénticos en el corte y no demasiado bien adaptados a su altura y anchura, que no la convertían en una mujer especialmente sexy o atractiva. Así que, tal y como le sucedía a la abuelita Fletcher en cada capítulo de la serie, se la subestimó por una cuestión de imagen. Ocurrió con ella exactamente lo contrario al efecto halo. Que, en lugar de prejuzgarla favorablemente a partir de una primera impresión, se le fueron añadiendo una serie de etiquetas negativas de las que ya no le fue fácil desprenderse.
Cuenta la profesora Ana Azurmendi en su obra 'El derecho a la propia imagen' que el primer rasgo personal que transmite a los demás algo sobre quiénes somos es nuestra imagen. Isabel II de Inglaterra lo entrevió con claridad y –al contrario que Merkel, quien pensaba que su trabajo no era ser modelo–, entendió que su misión era ser vista. Y que su escaso metro sesenta no le iba a facilitar las cosas. Así que construyó una imagen de su papel público como soberana a base de sombreros y de una colección de trajes y abrigos de corte similar, pero en colores vivacious –vivos–. Su acierto fue tal que, en 2012, al cumplir sesenta años en el trono, la carta de colores Pantone y la agencia Burnett crearon la Guía de Colores del Jubileo de Diamante compuesta de sesenta fotos del fondo de armario de la reina. Ese mismo año la diseñadora holandesa Noortje van Eekelen hizo algo similar con cien fotos de Angela Merkel y sus famosos trajes-pantalón de corte idéntico, pero en distinto color. El efecto en el público –ya lo supondrán–, no fue el mismo. Quizá porque, aunque no seamos aquello que parecemos –o sí–, lo que parecemos a primera vista es lo único que somos para quienes nunca llegan a conocernos.
¡Ah! Por cierto, a Daniel Sancho…, ni lo he mencionado. ¡Que conste!
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