Verdades y mentiras

La felicidad está en Bután

A menudo se me ha escapado la felicidad por el miedo a pararme a pensar qué es aquello que, de verdad, deseo

Julián Rodríguez Pardo

Martes, 1 de agosto 2023, 07:46

Cuando, a mediados de mayo, Telecinco anunció el final de 'Sálvame', Jorge Javier Vázquez –su presentador– comentó en sus redes sociales que necesitaba parar un tiempo para saber qué le apetecía hacer a continuación. Si es que le apetecía algo. Contaba que, en más de ... una ocasión, su cuerpo y su mente le habían enviado señales de esa necesidad, pero que casi siempre las había ignorado.

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Como yo suelo carecer de ideas propias, decidí imitarle y aprovechar mis vacaciones para lanzarme a un verano de vida contemplativa: silencio y meditación a manos llenas. Como el milagro de los panes y los peces, ¡pero en místico! Así que, en mis oraciones nocturnas, le pedí a San Google que me iluminara sobre a dónde ir y –como nadie dijo que los santos sean originales– me devolvió la India como primer resultado. ¡Todo un hallazgo! Que, si lo sé, no desgasto tanto la yema de los dedos en el teclado para semejante aportación.

Recordé entonces la labor de la Madre Teresa de Calcuta y me ilusioné. Pero como, últimamente, aquello es una peregrinación de influencers que después lo cuentan todo –aunque desde la humildad– a cualquiera que pase por Instagram, renuncié a la idea y busqué un nuevo destino. Entre las sugerencias encontré un retiro budista en Bután por solo quinientos euros. Y aunque me pareció un precio ridículo como para que yo me obligue a tener la boca cerrada durante un mes, descubrir en Wikipedia que allí prefieren el índice de Felicidad Nacional Bruta al del Producto Interior, me pareció el argumento definitivo para lanzarme. Aunque los del CIS butanés, claro, no te advierten de cuál es el índice de felicidad neta una vez que le descuentas los disgustos. ¡Qué listos!

Bután –cómo decírselo– es un país discreto. Pequeño. De poca gente. Y con una monarquía constitucional, lo que significa un punto a su favor para alguien que, como yo, está acostumbrado a la realeza. Además de tener un menor índice de pobreza que la India, lo que es un alivio. Pero, sobre todo, me conquistó el que cobre a los turistas una tasa diaria de casi doscientos cincuenta dólares por permanecer en su territorio…, porque así uno sabe de antemano con qué clase de gente se va a encontrar durante el retiro. Y es que –convendrán conmigo– no es de recibo pasarte todos los sábados del año quemando la tarjeta en las tiendas de El Faro para, luego, irte de vacaciones a encontrarte con el tercer mundo de sopetón. O con el cuarto. Así, ¡a puro caño! ¡Eso, no!

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No sé qué pensará Jorge Javier, pero lo de la felicidad siempre me ha parecido algo demasiado escurridizo. ¡Como para medirla! Y que solo se experimenta cuando se conoce su contrario: el sufrimiento o el dolor. Les confieso que, a menudo, se me ha escapado por el miedo a pararme a pensar qué es aquello que, de verdad, deseo. Y actuar en consecuencia. Entonces, quizá como algunos de ustedes, he continuado girando en mi noria particular, convencido de que –con cada vuelta completa– llegaba a un lugar distinto. Aunque, en realidad, siempre acababa regresando al mismo. Exactamente igual que cuando prometí a mis amigos que volvería de Bután convertido en todo un hombre calladito… ¡Y por quinientos euros!

¡Anda ya!, me dijeron.

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