Mientras Pedro Sánchez destina casi veinte mil euros para luchar contra la superpoblación de palomas que hay en el recinto de La Moncloa, yo he ... decidido rendirme ante la realidad y poner unas señales de tráfico aéreo en mi balcón para que las palomas pacenses sepan que cuentan con un wáter Premium donde seguir depositando gratuitamente sus cositas a diario. «El IBI –se lo he dicho a la paloma jefa de la bandada- lo pago yo. Cagad tranquilas». No vaya a ser que también tenga un problema con los ecologistas por cobrarles la parte proporcional del uso y disfrute del espacio. ¡Solo me faltaba! Yo… –con perdón–, cagado, pero honrado.
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A Miguel Celdrán, el ya fallecido exalcalde de Badajoz, le gustaba la colombicultura. Tenía un criadero de palomos en su campo y, cuando en 2011, el periodista Luis del Val le preguntó en la radio si había muchos palomos cojos, Celdrán respondió que en Extremadura había pocos porque habitualmente «los echamos pa otro lao». Aunque nunca sabremos a ciencia si el entonces alcalde jugaba al doble sentido de la expresión con el que se alude a las personas homosexuales, o se refería estrictamente al palomar de su finca, la respuesta levantó ampollas. Celdrán se disculpó, pero El Gran Wyoming –el de la televisión– ya había organizado como respuesta la primera Caravana de Palomos rumbo a Badajoz: al estilo de aquella caravana de mujeres solteras que, en 1985, se dirigió hacia Plan –en Huesca– a conquistar a los solteros del lugar y –supongo– repoblar la zona. En la de Badajoz, a priori, no había plan de procreación, sino tan solo una reivindicación más que justa del derecho a tener una orientación sexual diferente a la de la mayoría. Y se convirtió en una tradición.
En el primer diccionario monolingüe del español Tesoros de la Lengua Castellana y Española –de 1611–, aparece ya la palabra maricón. Su autor, Ignacio Covarrubias la definió como «hombre que tiende a hacer cosas de mujer» y empleó el término marimacho para la situación contraria. Y, como el español es un idioma lexicográficamente riquísimo, el actual Diccionario de Americanismos recoge otras palabras con esa misma raíz tales como marica, marico, maricada, maricuate o maricuando. Algunos homosexuales –sobre todo hombre– se refieren a si mismos humorísticamente como «maricón». Es un modo de resignificar una palabra cargada de connotaciones despectivas, aunque no creo que a ningún homosexual, en realidad, le haga gracia el término. Pero todos decimos cosas sobre nosotros mismos con humor, probablemente para disfrazar el dolor que nos producen.
Cuando, en la madrugada del 3 de julio de 2021, Diego Montaña pensó que Samuel Luiz le estaba grabando con su teléfono móvil en plena calle, le advirtió: «Deja de grabar, a ver si te voy a matar, maricón». Y, en efecto, Montaña y tres amigos más, lo mataron. En apenas tres minutos y veintiún golpes, la vida de ese chico de 24 años terminó. Samuel no era maricón, pero sí homosexual. Por eso lo mataron.
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Los palomos cojos no pueden montar a la paloma porque, al faltarles o fallarles una extremidad, la cópula no es siempre posible. A mí me alegra que haya palomos cojos. Mucho. Y a mi balcón, más. No todos los seres vivos, incluidos algunos humanos, deben reproducirse. ¡Qué quieren que les diga!
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