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Hace poco más de un mes que ese sonido matinal típicamente español de mochilas rodando sobre las baldosas volvió al paisaje sonoro de nuestras ciudades. ¿ ... Los que tenéis hijos en edad escolar habéis notado algún cambio drástico?
¿Se han reducido esas pesadas mochilas llenas de libros para llevar y traer material para los diferentes proyectos en los que trabajan sus hijos? ¿Habéis notado mayor ganas de ir a la escuela, contentos de que ya no tengan que copiar sin sentido enunciados y completar ficha tras ficha?
¿Habéis sido testigos de una notable reducción de exámenes y de que ya no consisten únicamente en regurgitar material que han memorizado, para olvidarlo al día siguiente? ¿Habéis notado que sus exámenes ya no se centran en los errores, sino que se concentran en sus logros, por pequeños que estos sean? ¿Habéis visto que se ha pasado de una evaluación estrictamente cuantitativa, en la que lo importante era el resultado numérico final, a una evaluación más completa y cualitativa, en la que el objetivo no es sólo el valor numérico, sino el aprendizaje global obtenido?
¿Os habéis sorprendido por el nuevo enfoque de autoevaluación, aquel que permite a los alumnos equivocarse, entendiendo que no es necesariamente malo equivocarse y que aprender de los errores es un paso esencial para mejorar?
Ya… Lo mismo pensé yo.
¿Recordáis el catastrofismo que se pronosticaba durante los prolegómenos del cambio de la ley de educación, la enésima reforma desde la vuelta a la democracia? ¿Recordáis el temor a que la educación basada en competencias significara que nuestros hijos ya no conocerían los ríos del país y nunca aprenderían a contar hasta diez?
Pues bien, no había que preocuparse tanto, porque la ley puede haber cambiado, pero las prácticas ancestrales no. Es un rasgo peculiar aquí en España que siempre me ha parecido curioso. Esa práctica quijotesca de crear leyes que parecen maravillosas sobre el papel, pero que nadie tiene intención real de cumplir. Las sucesivas leyes de educación son un ejemplo perfecto. Sobre el papel, España puede presumir de tener una de las leyes educativas más modernas y actualizadas del mundo. Sin embargo, en muchas aulas los niños siguen haciendo cola ante la maestra para que les corrija la copia y aprendiendo que el mundo se creó en siete días.
¿Alguna vez has visto a tu hijo llegar a casa con una evaluación final basada exclusivamente en las competencias? Se podría argumentar que aún es demasiado pronto para que se aplique la nueva ley, pero las competencias clave están explícitamente detalladas en las leyes educativas españolas desde 2006 y se entendían como capacidades allá en los años 90. Sin embargo, ¿por qué no se han producido estos cambios? Fácil, porque los propios profesores han tenido que conseguir su puesto a través de un proceso igualmente atávico.
El sistema de oposiciones es la antítesis al aprendizaje y a la educación basada en competencias. Hasta que no se produzca un cambio real y profundo en la forma de elegir a los profesores, de gestionarlos, evaluarlos y formarlos continuamente, se podrán cambiar las leyes diez veces más, pero los niños seguirán en fila esperando a que les corrijan la copia.
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