Y en eso llegó Fidel
CULTURA Y POLÍTICA ·
FELIPE TRASEIRA
Sábado, 17 de julio 2021, 10:17
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CULTURA Y POLÍTICA ·
FELIPE TRASEIRA
Sábado, 17 de julio 2021, 10:17
Son penosas las recientes manifestaciones de protesta de los cubanos ante la falta de productos básicos, de libertad y de los más elementales derechos humanos, carencias que llevan sufriendo muchos años y que la pandemia ha hecho aflorar. La revolución cubana tuvo sentido al principio ... cuando, movidos por sus ansias de libertad y justicia social, Fidel Castro y Che Guevara –no comunistas entonces– terminaron en 1959 con el dictador Fulgencio Batista, convirtiéndose en iconos de la nueva epopeya revolucionaria que se extendió por todo el mundo. «Una experiencia que a mí me conmovió profundamente», ha reconocido Vargas Llosa. El déspota huyó y terminó refugiándose en España, donde fallecería.
Pero pronto la revolución degeneró en comunismo y su bella utopía igualitaria terminó eclipsada por la ausencia de libertades y la parálisis económica. Siguiendo a Vargas Llosa, dos hitos torcieron el rumbo cubano: 1) Hacia 1966 surgieron las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), campos de concentración encubiertos adonde iban a parar contrarrevolucionarios (los «gusanos»), delincuentes comunes y homosexuales (los «enfermitos»). 2) El 'caso Padilla', poeta que osó hacer alguna crítica puntual a la política cultural. Fue linchado por la prensa oficial (y única), acusado de ser agente de la CIA, y encarcelado en 1971. Heberto Padilla terminó siendo libertado pero obligado –bajo tortura– a retractarse públicamente, remedando los juicios de Stalin, lo que reveló el verdadero rostro del castrismo. Ambos fenómenos obedecían al principio revolucionario de que la crítica no debía aceptarse, pues ello suponía dar armas al enemigo. Un hombre era destruido, la revolución era salvada. Este es el punto negro de toda dictadura, su infalibilidad. Por el contrario, la grandeza de la democracia es aceptar la crítica –con una prensa libre a la cabeza–, incluso haciéndose con intención dañina.
Fueron formándose dos bandos. Los defensores de la revolución cubana que, aunque reconocían deficiencias en la misma, consideraban que no había que exponerlas públicamente. En este grupo militaron los grandes escritores Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Mario Benedetti. De otro lado, aquellos intelectuales que consideraban que había que airear las lacras de la revolución para su corrección. Aquí otros tres grandísimos escritores: Octavio Paz, Vargas Llosa y Guillermo Cabrera Infante, a los que se sumarían intelectuales como Simone de Beauvoir y su pareja Jean-Paul Sartre, Italo Calvino, Marguerite Duras, Carlos Fuentes, los hermanos Goytisolo, Alberto Moravia, Passolini, Juan Rulfo, Jorge Semprún...
Decisivo en la deriva totalitaria de la revolución cubana fue su alineamiento con la Unión Soviética dentro del contexto de la guerra fría. Ahora Cuba se ha quedado sin su escudo, pero debería contar con la ayuda de Europa, y, sobre todo, de España, para que pudiera transitar pacíficamente hacia la democracia.
Durante la visita que Fidel Castro efectuó en 1998 a Mérida, al contemplar el teatro romano, exclamó: «Se recibe una lección, que los tiempos pasan y ningún régimen es eterno». Sin comentarios.
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