A los periodistas nos preguntan con frecuencia qué hacemos para abstraernos a la hora de informar sobre sucesos, catástrofes o desgracias personales. Para esta cuestión, siempre tiro de una charla de Arturo Pérez-Reverte, cuando él todavía era reportero de RTVE y yo estudiante de ... periodismo. Perez-Reverte utilizaba el ejemplo de su cámara en la guerra de Bosnia al que, incluso, le criticaban su frialdad a la hora de grabar determinadas escenas. Su respuesta siempre era clara: si lloro, no enfoco. Solo he cuestionado esa afirmación en una ocasión. El 12 de julio de 1997, cuando una tarde de sábado, en una redacción medio desierta, recibimos la noticia de que había aparecido un cuerpo con heridas de bala y del que no teníamos ninguna duda de a quién pertenecía. Fue la única vez en la que, dentro de una redacción, sentí unas enormes ganas de llorar y desenfocar.
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