![Londres, Londres](https://s2.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/202209/12/media/cortadas/queen-Rl8TSaYCL3NsF9MwPvVBiPL-1248x770@Hoy.jpg)
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Yo tenía veinticinco años. Y una tesis doctoral que hacer. Era agosto de 1998. Y pisaba Londres por primera vez, cargado con un bolsón de ropa que medía tanto como mi cuerpo y que arrastraba por los pasillos del metro como malamente podía. Así que, ... con mucha ingenuidad y un poquito de miedo en la mochila, deambulaba por aquella ciudad, entre biblioteca y biblioteca, admirando sus edificios. Y mirando estupefacto a toda esa gente que, por mil razones, me hacía sentir un chico de provincias.
Diana de Gales había fallecido un año antes. Y Harrods –los grandes almacenes– habían instalado un pequeño altar en recuerdo de la princesa y de Dodi Al-Fayed. Sus fotos estaban enmarcadas en dos portarretratos circulares dorados, entrelazados. Y a mí, que soy más del color gris plata, aquello me pareció una horterada. Pero como la gente se acercaba en plan procesión al altar, yo no dije ni pío. Por si acaso. Y permanecí en silencio, observando, a la espera de que empezaran a echar monedas, como en la Fontana de Trevi, o a hincar la rodilla como en Fátima.
Stephen Frears contaría años después, en la película 'The Queen', aquellos días confusos de la muerte de Diana. Y que yo, para qué mentir, había vivido con bastante distancia. Pero Helen Mirren, que interpretaba a la Reina, compuso tan minuciosamente los matices del personaje que, de repente, abrí los ojos y pude comprender que nadie había preparado a esa mujer para exhibir sus sentimientos en público, sino tan sólo para cumplir con el deber constitucionalmente encomendado. Narra la película –y los hechos son ciertos– que, con el cadáver de Diana ya en Londres, Isabel de Inglaterra continuaba recluida en Balmoral, cuidando de sus nietos. Pero la prensa reflejaba en sus portadas la llegada de un tsunami: cada vez más británicos se preguntaban dónde estaba su Reina. ¡La querían en Londres! ¡A su lado! ¡Y compartiendo su dolor por la muerte de Diana! Pero la Reina no entendía que, ahora, sus súbditos le pidieran un comportamiento público distinto al que había marcado hasta entonces su reinado. Finalmente accedió: abandonó Balmoral y se bajó del coche en la misma verja de Buckingham Palace. Asustada, quizá, saludó a muchos de los ciudadanos que allí se agolpaban. Recogió sus ramos de flores. Los depositó junto a multitud de tarjetas manuscritas que demostraban el afecto que la gente sentía por Diana. Y, conmovida, recibió el silencio respetuoso de un pueblo que no ansiaba traicionarla, sino tan solo sentirla cerca.
Elizabeth Alexandra Mary Windsor falleció la tarde del pasado jueves 8 de septiembre. Dos días antes había encargado formar gobierno en su nombre a su decimoquinta primera ministra, Liz Tuss. El jueves, al filo de la seis y media de la tarde –hora de Londres–, la BBC anunció de forma oficial su muerte. A Huw Edwards, el periodista, se le secó la boca. Y a mí, se me secó el cerebro. Y durante unos minutos, o unas horas –porque no lo sé–, volví a tener veinticinco años. Y a ser aquel chico de provincias que deambulaba por Londres. Y a vivir el final de aquel verano. Como el de tantos otros que jamás se volverán a repetir, por mucho que yo me autoengañe. Y esa verdad…, duele. Descanse en paz, Majestad.
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