Ante los últimos acontecimientos que llegan del poderoso país de los Estados Unidos, con el show súper comentado de la entrevista entre el amo y ... profesional televisivo Trump y el actor aficionado Zelenski, ha llovido tanto que hasta peligró el desfile del carnaval de Badajoz, que lucha por que sea reconocido en el mundo entero. Y lo único cierto, por el momento, es que suben los aranceles entre China y el imperio yanqui, con las consecuencias onerosas para los productos europeos y, tras la reunión de urgencia de los mandamases del Viejo –pero viejo– Continente, ha predominado la idea que de Europa necesita defenderse por sí misma, y por consiguiente habrá que aumentar hasta la exageración, la idea de destinar grandes fondos para armamento (que como ya se ha indicado, al final se comprarán en Estados Unidos, con lo cual se cerraría el círculo del gran negocio. No sabemos de dónde saldrán los fondos para la educación, la sanidad, y demás bagatelas sociales). Paparruchas.
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Mas uno, en su ingenuidad de viejo cascarrabias, se pregunta por la respuesta de la ciudadanía. Es decir, de los habitantes de los países europeos que seremos quienes pagaremos las consecuencias de las nuevas políticas (ataques) tomadas por el energúmeno de marras. Y no he oído, leído, visto, reacción alguna. Todos hemos seguido a lo nuestro. En España, que si Ábalos, Mazón, el novio de Ayuso, el pacto de Guardiola con la extrema derecha, la lucha verbal entre las dos grandes formaciones políticas, PP y PSOE, financiaciones a gogó para las comunidades autónomas, partido de fútbol entre los equipos madrileños en la Champions, y más amenazas de cambio climático… que se lleva el viento.
En Extremadura, imagino que como en otras muchas regiones, las cervecerías mantuvieron su afluencia de clientes (salvo por la incomodidad de la caprichosa lluvia) y ni siquiera la ceremonia de los Oscar perturbó la paz romana.
Relataba Íñigo Domínguez en un periódico nacional días atrás la propuesta de un columnista del diario italiano 'La Repubblica', Michele Serra, ante la deriva trumpiana y de los Estados Unidos de cara a lo que significa –o significaba– la Unión Europea, de que se registrasen manifestaciones en la mayoría de las ciudades europeas en protesta y en apoyo del significado que encierra la Unión Europea, como la de 50.000 personas que se manifestaron en Roma el sábado para reivindicar el orgullo de ser europeo.
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Ya, propuesta utópica. Si aparcamos todas las utopías, todos los sueños, caeremos en tal vulgaridad que ni siquiera estudiarán nuestros nietos las distintas guerras mundiales que asolaron este vetusto continente, cuna de los valores democráticos y de libertad, ni los extremeños conocerán su pasado, ahora que también borramos las leyes de memoria histórica, para falsear, adormecer, engañar sobre lo ocurrido.
Sería más que un gesto, un símbolo. Se imaginan ustedes que, en Madrid, Barcelona, Bilbao, Zaragoza, Roma, Milán, Viena, París, Burdeos, Londres, Birmingham, Bonn, Berlín, Zagreb, Varsovia, Budapest, Riga, Dublín, etc., etc., incluido Estambul, millones de personas saliesen a la calle, de forma pacífica, portando pancartas en los que se leyeran logros en defensa de las libertades, de la reconciliación, de la paz, en definitiva de una vida tranquila, sin los sobresaltos y temores de que aumente la escalada bélica en las guerras de Ucrania y Gaza, por poner dos de los ejemplos que nos perturban a diario. Puede, incluso, que algunos de los millones de votantes convencidos y fieles seguidores de Trump y su 'America firts' reflexionasen un minuto, ante la avalancha callejera europea.
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Ya sé. Las utopías son, por su definición, ideas inalcanzables. Pero también, define el diccionario, una «representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano».
Desde hace tiempo algunos filósofos, políticos, pensadores, periodistas, o expertos en el análisis de la actualidad, vienen –venimos– explicitando que el mundo está cambiando a una velocidad de vértigo y que Europa –y sus valores–están siendo barridos por la nueva geopolítica. Que el mundo ya no gira en torno nuestro, sino que el nuevo sistema económico mundial está marcado por los patronos emergentes (si es que se puede usar esta palabra) y que el eje Estados Unidos-Rusia-China, con el añadido de la India, Pakistán, y otros gigantes poblacionales, son los que indican e indicarán nuestro presente y futuro.
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Y ante esta realidad, permanecemos indiferentes. Con nuestra rutina consumista –los que pueden– y el avance de la extrema derecha en el mundo, que destruirá, pasito a pasito, todos los valores en los que hemos basado nuestra tradicional convivencia europea.
Y, entonces, será tarde para organizar manifestaciones de protesta.
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