Desde que estalló la guerra en Ucrania el mundo inició una pendiente de tensión geopolítica no vista desde la Guerra Fría, que se exacerbó con los ataques de Hamás a Israel y su desaforada represalia sobre el pueblo palestino, desparramando por todo el orbe una ... incertidumbre política y económica que puede desembocar en cualquier momento en una conflagración regional y escalar hacia otra guerra mundial de consecuencias apocalípticas. Desde entonces medio mundo lleva preguntándose dónde se halla la tan laureada y siempre garante de la paz, maquinaria diplomática occidental. Pues ni está ni se la espera, su gloria ha fenecido. En el pasado inmediato estos picos de tensión geopolítica quedaban latentes y retenidos bajo el paraguas de la diplomacia y el multilateralismo de la hegemonía occidental, pero esta hegemonía occidental liderada desde Estados Unidos se ha erosionado a ojos vista en las últimas dos décadas, debido a que en el mundo se han producido y se están produciendo cambios demográficos, políticos, económicos y tecnológicos muy alejados ya del mundo occidental, lo que ha obligado a Estados Unidos y sus aliados satélites a cambiar su marco estratégico de defensa, y por ende, a reorientar sus políticas exteriores hacia expresiones más unilateralistas con el fin de reducir ese desgaste de su hegemonía mundial (Ucrania, Gaza o el conflicto latente de Taiwán son botones de muestra de ese unilateralismo). Presumiblemente, es muy probable que a lo que estamos asistiendo en estos momentos sea a un cambio de era y de paradigma que va a cambiar de lugar los polos de poder actuales desde el Occidente hacia el Oriente. Y estamos ahora mismo en ese interregno en el que un viejo mundo se niega a morir y otro nuevo puja fuerte por florecer. Y entre la pataleta agónica del moribundo y el doloroso parto del aspirante al trono, el mundo sufrirá continuos terremotos geopolíticos hasta que el muerto esté bien muerto y el vivo levante su corona de laurel.
Ahora bien, la pregunta crucial es: ¿por qué se ha desmoronado y demeritado toda la estructura diplomática de los países occidentales con sede en la ONU? Al menos tres factores principales subyacen en esta caída hacia la incapacidad. El primero es que el mundo occidental con Estados Unidos a la cabeza no ejerce ya ni de lejos la influencia del poder blando que antaño ejercían sobre el resto del mundo, pues desde fuera se nos ve cada vez más como unas sociedades desgastadas y estancadas, en plena decadencia demográfica, económica y cultural. A la misma vez, en esas otras regiones no occidentales, se ejercen liderazgos autoritarios en lo político, donde el líder aglutina a la población en torno a una narrativa nacional de fuertes sentimientos hacia la patria, creando un cemento muy potente de identificación nacional. Unido todo ello a economías en pleno auge económico y tecnológico y, por lo tanto, muy atrayentes para una gran parte de sus poblaciones. Con lo que nuestros valores, nuestras frívolas y cínicas democracias y nuestra forma de configurar las relaciones internacionales son cada vez menos seductoras para una inmensa mayoría de la población mundial. Segundo. En cuanto a lo militar, es evidente que una tradicional y eficaz forma de hacer diplomacia se ha basado desde tiempos remotos en el poderío y la coacción militar. De hecho, una de las garantías de la edad de oro de la diplomacia occidental se asentaba sobre la dominación absoluta de la bota militar de los Estados Unidos. Pero como es obvio para cualquier observador avezado, el mundo, como ya hemos señalado, ha cambiado y ya no es unipolar desde la crisis financiera de 2008, sino que se ha vuelto multipolar, ya que la emergencia de China quebró el etnocentrismo occidental, y la guerra de Ucrania ha terminado por equilibrar un poquito más la balanza militar entre Occidente y el resto del mundo no occidental, dando luz a la alianza sin límites de Rusia y China. Si a estas circunstancias le añadimos la exigua demografía occidental que reduce su población año tras año, aderezada con una juventud frustrada por sus circunstancias de vida precaria y disoluta, junto a una voluntad muy indisciplinada por una cultura que les exacerba el carácter individualista y relativista con respecto a la vida en común y la defensa de la patria, cuadramos el círculo de por qué la diplomacia occidental en los años venideros seguirá restando en efectividad y sumando en inseguridad e ineficacia, puesto que sus poblaciones están cada menos dispuestas a defender sus naciones de agresiones externas. La tercera causa del demérito de la diplomacia de corte occidental se asienta en el terreno tecno-económico. Mientras los BRICS y otras naciones no dejan de desarrollarse, ganando en productividad, innovación y en patentes tecnológicas, la economía y la política occidental están sumida en permanentes crisis internas que restan dinamismo a sus economías, mermando a su vez el poder de coacción e iniciativa política, lo que conlleva que sus antaño aliados cuestionen cada vez más sus negocios y alianzas políticas con occidente y viren sus economías y delegaciones diplomáticas hacia regiones en auge donde las inversiones económicas son más rentables y su independencia política es mayor al alejarse de los corsés normativos que impone la comunidad internacional liderada aún por los occidentales. Es decir, en diplomacia apuestan a caballo ganador.
Seamos realistas, aunque la negociación constituye el medio esencial por el que discurre la actividad diplomática en defensa de los propios intereses mediante la búsqueda de un compromiso aceptable para todas las partes afectadas, la realidad es que la diplomacia se ha concebido y ejecutado desde siempre para incrementar el poder de los países hegemónicos, propiciando en multitud de ocasiones el desencadenamiento de conflictos, con lo que al final termina siendo rehén de la estrategia bélica o económica, quedando desvirtuada y desacreditada ante los ojos del mundo. Y esta ha sido precisamente la trayectoria seguida por la diplomacia occidental en sus años dorados, lo que con los años de desgaste y la pérdida de poder real la ha incapacitado y restado crédito ante el resto de naciones. Situación complicada ésta, que la transloca a una diplomacia cada vez más irrelevante e histriónica que anhela su gloria con aspavientos y mensajes efusivos que son incapaces de poner orden en un mundo al borde de los abismos. Nada más y nada menos esta es la callosa encrucijada donde se halla a día de hoy el mundo occidental y su diplomacia.
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