Como todos estamos viviendo estos días, el año meteorológico está siendo de momento más que generoso con las lluvias, pues este mes de marzo está ... batiendo récords de pluviometría en casi todos los puntos de nuestro país. En la Campiña Sur de Extremadura, punto geográfico desde el que escribo estas líneas, las sucesivas borrascas atlánticas han precipitado una lluvia deseada por agricultores, ganaderos y población en general, que venían de sufrir muchos años de escasez de lluvias y sequía severa. Pero la borrasca Laurence ha descargado con denuedo su líquido elemento, lloviendo sobre mojado, lo que ha generado inundaciones en zonas de cultivo, desbordamientos de arroyos, roturas de balsas, puentes, carreteras y otras infraestructuras de diversa índole.
Ahora tocará hacer el odioso balance de daños para empezar a reparar lo destruido cuanto antes. Pero también sería primordial analizar, a quién le competa, las causas concatenantes y efectos acelerantes que potencian el efecto destructor de las inundaciones y riadas que produce la lluvia intensa y persistente de las borrascas en nuestro territorio con el fin de atenuar los efectos devastadores de estos fenómenos en el futuro. La dana de Valencia es el ejemplo más reciente. En este sentido, me gustaría comentar una serie hechos que quizá puedan arrojar un poco de luz y esbozar algunas claves para poder entender lo que está pasando en nuestros campos en tiempos de lluvia. Como bien sabemos todos, la historia de la humanidad se divide en dos momentos: uno, cuando el hombre estuvo supeditado totalmente a los avatares naturales y, dos, cuando el hombre a partir de la generación de conocimiento y tecnología, empieza a comprender y dominar diferentes ámbitos de la naturaleza y sus fenómenos. En todos estos miles de años en los que el hombre ha sido sujeto subordinante de cada vez más parcelas de la naturaleza, ha ido modificando con sus actividades agrícolas e industriales su medio ambiente más próximo en aras del progreso.
En tiempos actuales, estas modificaciones que el sector agrario u otros sectores genera en los campos a día de hoy son intensas y cuentan con una tecnología capaz de abordar estas grandes modificaciones en los terrenos, sean o no para cultivo, lo que ha generado a su vez una serie de problemas colaterales irresueltos que afectan a las poblaciones cuando los fenómenos meteorológicos son adversos (construcción en zonas inundables, erosión masiva, deforestación, etc). Es decir, a pesar de la alta tecnología con la que contamos, no hemos sido capaces de resolver esos problemas endémicos que genera el progreso. Y seguro que las más de las veces por una cuestión de intereses inmediatos. En caso contrario y como curiosidad, creo que las generaciones pasadas todavía muy vinculadas al terruño y bien bregadas en los aguajes de antaño, construyeron y mantuvieron, con muy poca tecnología, toda una estructura hidráulica muy bien pensada para frenar las interacciones más dañinas que produce la fuerza del agua cuando se combina con los errores humanos. Para estas labores de drenar los campos, conducir cauces, embalsar agua y evitar erosiones, nuestros predecesores construían lindes, gavias, drenajes soterrados, diques, azudes, presas y limpiaban periódicamente los cauces. Hoy día, sin embargo, a pesar de estar dotados de una gran tecnología, el sector del campo y sobre todo en las zonas de secano, no solo no ha sabido mantener ese patrimonio hidráulico, sino que lo ha destruido, eliminado lindes y diques, cegando gavias, regajos y arroyuelos de drenaje y fomentando la erosión del suelo fértil. Toda esta erosión de suelos, al final, termina llegando a arroyos y ríos que terminan colmatados de sedimentos y perdiendo cubicaje de cauce, lo que los hace fácilmente desbordables y potencialmente peligrosos cuando llegan las riadas.
La administración y las confederaciones, junto con sus técnicos, saben tal problemática, pero existe a día de hoy una clara dejación de funciones, ya sea por falta de recursos o por motivos más sórdidos como el ideológico, pues ciertas tesis más ecologistas nos dicen que los cauces son intocables y no pueden ser objeto de intervenciones. Pero fuera de las lides políticas, el sentido común más elemental induce a pensar que la infraestructura hidráulica en los campos necesita normativa e intervenciones para que cuando llegue la lluvia se puedan minorar los daños y recuperar y embalsar el máximo de agua posible. Además, las inversiones que se implementen a futuro en dragar ríos y embalses, en crear infraestructura de drenaje, eliminar malezas, en renaturalizar zonas estratégicas de los cauces, etc., efectuadas año tras año, es muy posible que no superen a los gastos que ahora hay que cubrir para enmendar los destrozos de las crecidas. En definitiva, es labor de agricultores, ganaderos, administraciones públicas y población en general, la de garantizar la conservación y mejora de toda la infraestructura hidráulica heredada y construida hogaño para mejorar nuestra calidad de vida y transferirla a las generaciones futuras en las mejores condiciones posibles.
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