Acabo de bajar a la farmacia a comprar colirio. Tengo los ojos secos desde el sábado, día 6 de mayo, pensaba que se trataba de alergia, pero no, es de abrirlos tanto viendo la coronación de Carlos III.
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La sorpresa y el asombro me pusieron ... ojiplático y, de ahí, la sequedad. Sorpresa porque a estas alturas del siglo XXI una coronación (posiblemente la última) queda tan obsoleta, anacrónica y rancia que, a veces, creía estar viendo un documental.
No es sólo rey en Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte, sino que en otros 14 países de 3 continentes lo consideran jefe de estado. La ceremonia fue eminentemente religiosa, es Dios quien unge con su aceite consagrado al monarca, aunque esto se oculta a la plebe y el único testigo es el arzobispo de Canterbury.
Curiosamente, los récords de share o índices de audiencia se sitúan en EE UU donde, anhelantes de historia, parecen querer sustituir la democracia por una teocracia y cualquier día, vemos a Donald Trump con corona, pistola y rifle en lugar de cetro, ungido rey de Estados Unidos por la gracia de Dios.
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Carrozas doradas, coronas, caballos y pajes enjaezados, una modesta lista de 2.000 invitados y unos 115 millones de euros, que pululan según los medios británicos, como cifra aproximada del coste que a la Hacienda pública de ese país ha costado el evento, chocan frontalmente con los detractores que buscan que sus impuestos se empleen en otras cosas y exigen austeridad o que el propio monarca lo sufrague con su abultada fortuna.
Cada día, más jóvenes británicos son simpatizantes del movimiento Republic, que bajo el lema 'Not my king' expresan su rechazo. Por otro lado, el eterno heredero ha querido compensar la espera a su impopular esposa Camila convirtiéndola en reina consorte, ella nunca se ha atrevido a usar el título de princesa de Gales porque eso supondría competir con Diana, la auténtica princesa del pueblo, cuya alargada sombra la taparía por completo.
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Esa pompa y boato, esas extraordinarias joyas como el diamante Cullinan de 530 kilates, gemas procedentes de antiguas colonias, aunque muchas de ellas no han aparecido para no abrir antiguas heridas con países amigos… nada es improvisado, todo es simbólico porque tiempo ha tenido el mozo para ensayarlo. La Corona de San Eduardo reposaba en la Silla de la Coronación que, a su vez, descansaba sobre la Piedra del Destino, el flamante rey se sentaba sobre más de 1.500 años de historia escocesa, irlandesa e inglesa para unirlas forever bajo sus reales posaderas.
Han querido hacer una ceremonia moderna, sustituyendo cantos gregorianos por gospel y nobles por socialités, han pretendido inventar la coronación más sostenible y todas las modistas han utilizado materiales biodegradables, lástima que la propia monarquía no sea uno de ellos.
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Al final, como decía el rey Faruk de Egipto en su dulce retiro en la Costa Azul: «Pronto solo quedarán los reyes de la baraja y la monarquía británica».
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