Hay que ver lo exigente que, a veces, se pone la parca. Sin ir más lejos, la semana pasada reclutó en sus filas a dos escritores y guionistas de los buenos. El día 30 se llevó a Paul Auster y al día siguiente, el 1 ... de mayo, a Victoria Prego.
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«La muerte no es el único verdadero árbitro de la felicidad, sino que es la única medida por la cual podemos juzgar la vida misma», escribió el primero y, si lo adoptamos como axioma, podremos decir que ese árbitro le daría el premio al juego limpio, pues aunque nunca se habla mal de los muertos, de este pocas cosas malas encontramos salvo que era un referente, un prolífico y magnífico escritor al que, al igual que a Einstein, le atribuyen frases nunca escritas por ellos.
Este eterno enamorado de Nueva York decía que «en general, tras la muerte de una persona, todo rastro de su vida poco a poco se esfuma y (la persona) no deja tras de sí, monumentos ni logros verdaderos», excepto los seres de luz. Él lo era.
Nos dejó como monolito un vasto legado literario, un monumento al buen hacer.
Sin caer en la mitomanía, a cierta edad, a veces la muerte, la falta de un autor admirado de los que aún esperas obras nuevas, causa más impacto que la de algunas personas conocidas, nos deja huérfanos, sin genios que escriban historias, cuentos que nos lean antes de dormir.
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Cuentos como los que escribía nuestra otra protagonista: Victoria, de apellido traducido a «por favor» en italiano. Excelente escritora, de las de la vieja guardia, tan vieja que se fogueó en el Alcázar y fue corresponsal en Londres, hija de periodista y hermana de magistrado del Supremo, simbiosis que tatuó a fuego el hierro de su ganadería. Muy galardonada por su pulcro trabajo y muy conocida por una serie documental que, a finales de los 80, le encargó TVE, 'La Transición', el cuento de la transición que le confiaron, tan bonito y modélico que se estudiaba en el extranjero. En los 26 vídeos que componían la colección y visioné en dos ocasiones, se habla de cómo el Borbón de Abu Dabi salvó la democracia en su visión idílica del invento, igualmente se habla (muy de pasada) de los asesinatos de los abogados de Atocha, pero no de Billy 'el Niño', de las torturas ni de los asesinatos cometidos a manos de bandas de ultraderecha. Era una mujer que valía más por lo que callaba que por cómo lo contaba, una periodista a micrófono cerrado, como cuando entrevistó a Adolfo Suárez y este le confesó 'en off' que, si en aquella época, tras la muerte del dictador, se hubiese hecho un referéndum sobre qué modelo de Estado adoptar, las encuestas daban un resultado favorable a la República y eso no podía ser.
Ahora, que está tan de moda la máquina del fango y la libertad de prensa, me viene a la memoria Prego, como pidiendo por favor.
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