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La decisión de María Guardiola de no aceptar a Vox en su gobierno era de sobra conocida. La candidata del PP a presidir Extremadura se ha mantenido fiel a su ideario durante y después de la campaña electoral del 28-M, pese a que la ... coherencia en política sea una práctica increíble que, en su caso, choca de bruces con las matemáticas. La nueva baronesa popular solo puede gobernar esta comunidad con el apoyo de los cinco diputados de la ultraderecha, con quienes ha roto definitivamente. Una decisión que conlleva la convocatoria de unas segundas elecciones, las terceras para los extremeños en apenas seis meses, salvo improbables cesiones de los de Abascal o del PSOE.
Esta estrategia resultaría inverosímil si el 23-J no hubiera elecciones generales. Guardiola no solo confía en su discurso social, feminista y moderado para atraer a nuevos votantes de la izquierda –el 'efecto Sánchez' le prestó ya el 12% de los de un Fernández Vara que sigue sin reaccionar–, sino en el previsible ascenso del PP de Feijóo, a quien 'la extremeña' le acaba de resolver media campaña en su intento de despegarse de Abascal. Que ese impulso tenga luego su réplica en Extremadura es en lo que confía una candidata que ha volado todos los puentes con los únicos aliados posibles.
La decisión de María Guardiola, y lo sabe, es arriesgada y nada improvisada. Las urnas podrían castigarla por no haber sido capaz de gestionar sus votos para formar un gobierno que desalojara al PSOE de la Junta, el único partido que ha dirigido Extremadura en democracia, excepto el paréntesis de Monago –quien además fue presidente por la abstención de Izquierda Unida–. Guardiola, no obstante, ha partido de una premisa errónea: «Los extremeños han pedido cambio». Lo cierto es que el PSOE ha sido la lista más votada, aunque hayan empatado a escaños, y solo un diputado marca la mayoría absoluta entre el bloque de izquierdas y el de derechas. Tanto el PP como el PSOE carecen de la cultura democrática del pacto con el oponente y sorprende que ayer reiterara que le «hubiera encantado» que el líder socialista, Fernández Vara, «hubiera hecho ese último servicio a su tierra y hubiera facilitado la gobernabilidad» en una región que, según dijo, «claramente en las urnas ha pedido cambio». Este axioma no es cierto.
Dinamitada la relación con Vox, sin acercamiento a los socialistas, Guardiola sabía que se la jugaba en otras elecciones. Le ha marcado el paso a Génova, a la ultraderecha y al PSOE, que no intuyó una posible pérdida de poder, reaccionó mal y tarde, y le pilló por «sorpresa» la Presidencia de la Asamblea.
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