Admito que no sé si es normal que la mayoría de los adolescentes de Extremadura digan que consumen habitualmente bebidas alcohólicas. Tampoco sé si es ... muy normal que dos de cada diez reconozcan fumar porros, o que la mitad de estos adolescentes tengan entre sus costumbres la de tirar de cigarrillos electrónicos. Estoy seguro de que, si indago, encontraré datos para comparar lo que ocurre con otros adolescentes de otras regiones o de la media nacional; pero, confieso, me da igual, no me parece normal. Y me preocupa.
Publicidad
Tampoco sé si es medio normal que, en cuestión de bienestar material, el riesgo de pobreza de los menores de 18 años de Extremadura sea del 24,40%. O que cuatro de cada diez de estos adolescentes no puedan permitirse ir de vacaciones. O que dos de cada diez pasen fróo en invierno; y llegue hasta el 40% los muchachos y muchachas que viven en familias que carecen de la capacidad de afrontar gastos imprevistos.
Desconozco si es normal que cuando se habla del entorno familiar y social casi un 7% de adolescentes confiesen que «al menos una o dos veces han sido maltratado/a en el colegio o instituto», ¿de verdad? O que el 4,10% declaren haber sido víctima de ciberacoso o ciberbullying. ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo para esta gente joven? Tal vez ello sea resultado de cosas como que ocho de cada diez ya disponen de teléfono móvil, sin que sepamos exactamente para que lo están utilizando.
No sé si es normal que, en lo que afecta al bienestar subjetivo de estos adolescentes, tan solo tres de cada diez tengan «muy buenas» relaciones con los compañeros/as de clase. Y un elevado porcentaje, 29,17% de ellos y ellas, digan que se sienten solos y solas. Al respecto, si pregunto a la IA, me dice que «la soledad en adolescentes puede reflejar varios factores subyacentes: cambios sociales y familiares; influencia de la tecnología, presión académica y social; problemas de autoestima... La soledad en esta etapa puede tener un impacto negativo en la salud mental, aumentando el riesgo de depresión, ansiedad y baja autoestima…».
Publicidad
Hay una lectura sociológica de todo esto. El largo periodo de la etapa de la niñez hace que, en teoría, nuestra sociedad esté más centrada en los niños y en las niñas, que lo que ocurría en las sociedades tradicionales. Pero como señala Antony Giddens, una sociedad centrada en la infancia no es aquella en la que todos los niños experimentan cariño y cuidado por parte de sus padres o de otros adultos. El maltrato físico y el abuso sexual de niños y niñas es mucho más común de lo que pensamos, aunque solo recientemente esté saliendo a la luz el alcance de dichos abusos.
En relación con la adolescencia, sabemos que el concepto está vinculado a los cambios biológicos relacionados con la pubertad, que son universales; sin embargo, en muchas culturas, dichos cambios no producen el grado de confusión e incertidumbre que a menudo tienen los jóvenes de nuestra sociedad. Explica Giddens, que en las culturas que promueven grupos de edad con ceremonias especiales de transición de una persona a la edad adulta, el desarrollo psicosexual es más fácil de superar. Los adolescentes tienen menos cosas que «desaprender», y, en consecuencia, el cambio es menos brusco. En las culturas tradicionales, en la que los niños ya trabajan junto a los adultos, este proceso de «desaprendizaje» es mucho menos desconcertante.
Publicidad
Para entender lo que está ocurriendo con esta franja de edad hay que decir que hoy los adolescentes están entre dos mundos. Intentan comportarse como los adultos, pero legalmente se les trata como a niños. Puede que deseen incorporarse a un trabajo, pero se les obliga a permanecer en el colegio. Los adolescentes en nuestra sociedad viven entre la niñez y la edad adulta y deben crecer en un mundo sometido a continuos cambios, lo cual complica todo aún más.
Salvador Giner, en el diccionario de sociología, explica que las nociones modernas de la adolescencia evidencian la crisis y la desadaptación que se produce al construir el núcleo básico de la personalidad cuando se trata de una fase biológica de alta condensación, o exceso de energía física y libidinal, de sentimentalismo, melancolía, idealismo e intolerancia; todo lo cual fácilmente conducen a convicciones contradictorias o actos fanáticos. El proceso incluye la reestructuración de la escala de valores y de aspiraciones propias.
Publicidad
Si además estamos en un contexto de carencias materiales y afectivas, la disociación entre la realidad y la fantasía, que sufre el adolescente, se acentúan por procedimientos y ritos iniciáticos poco eficaces, que deberían tener la función de facilitar accesos claros y definitivos a la integración en el mundo adulto. Las expectativas adquiridas y la posibilidad de satisfacerlas alimentan posturas críticas, agresividad y rebeldía. Eso es lo que las encuestas nos están indicando.
Primer mes sólo 1€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.