
El señuelo de la felicidad
Nuestra felicidad depende del bienestar económico y laboral personal, y de nuestro entorno más próximo. Todo lo demás son pamplinas
Marcelo Sánchez-Oro Sánchez
Sábado, 21 de diciembre 2024, 23:32
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Marcelo Sánchez-Oro Sánchez
Sábado, 21 de diciembre 2024, 23:32
En Navidad, la felicidad adquiere su máximo valor… mercantil. Es solo una expresión más del relieve que alcanza este estado de gracia en cada uno ... de nosotros y en la sociedad.
El Centro de Investigaciones Sociológica (CIS) realizó en junio un sondeo que tituló 'Felicidad y valores sociales'. Casi todos los encuestados, nueve de diez, suscribían la frase de que «lo más importante en la vida es ser feliz». Y ocho de cada diez aseguraron que se consideraban «una persona feliz». Los infelices sin remedio son pocos, solamente uno de cada diez declaró que «Nada me podría hacer más feliz».
Nuestra felicidad es contextual. «Solo se puede ser feliz si también lo son las personas que te rodean», afirma el 83% de los españoles encuestados.
Las cosas que ayudan a ser felices no son ninguna sorpresa. Mejorar la situación económica, propia o del entorno; y mejorar la situación laboral o educativa. Aunque sorprenda, la salud queda en un lugar rezagado, en la tercera posición. Para la gran mayoría de encuestados en este sondeo, la felicidad no se relaciona, o lo hace en muy escasa medida con cambios o mejoras en la política nacional. Parecería que los gobiernos pueden hacer poco para que seamos realmente felices. Tampoco nos ayudará a ser más felices los avances hacia una sociedad más equitativa, esto es, la paz, la justicia, que la sociedad sea mejor. Nuestra felicidad depende, por tanto, del bienestar económico y laboral personal, y de nuestro entorno más próximo. Todo lo demás son pamplinas.
En menor medida se consideran felices los «católicos practicantes», frente a las personas que practican «otras religiones» o quienes se dicen ateos y agnósticos. Estos datos desagregados, siempre hay que tomarlos con cautela, porque aquí el error estadístico se dispara, advierto. La cualificación profesional también explica el estado de felicidad: las personas con más formación son más felices. En este sentido, hay un segmento, el de los ingenieros, arquitectos… en los que casi la totalidad de entrevistados se dicen muy felices. Si atendemos al estado civil, los casados dicen ser más felices que de los divorciados, solteros, separados o viudos. Por último, y para no agotar, si atendemos a la situación laboral, las personas que trabajan son las más felices, en cambio la infelicidad se ceba entre pensionista (que anteriormente no han trabajado) y personas en paro.
¿Qué interpretación sociológica cabe hacer de este valor psicosocial que cotiza al alza? Una lectura atenta nos lleva a pensar que la felicidad es el señuelo con el que tratan de pescarnos. Edgar Cabanas y Eva Illouz destripan el fenómeno: la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas. La publicidad promueve la idea de que el consumo permanente y sostenido de bienes y servicios nos dará felicidad. Apuntilla Javier Sampedro Pleite que, como todos queremos ser felices (y no llegamos a conseguirlo), esto de la felicidad se «ha convertido en una droga legal» que ponen en el mercado todo tipo de «oportunistas», porque son muchos los que están dispuestos a pagar cualquier precio con tal de ser felices.
Como pueden suponer, este producto ha sido muy estudiado, y, señala Sampedro que se han llegado a identificar hasta tres grandes categorías de felicidad. La primera de ellas se relaciona con otro valor, muy en boga en nuestra sociedad y en nuestro estilo de vida: el hedonismo. Hoy el placer, la estabilidad y el disfrute adquieren rango de derecho subjetivo, exigible ante un tribunal ordinario (acépteseme la ironía). La segunda categoría de la felicidad se vincula al sentido de la vida, es vocacional. La felicidad es nuestro objetivo vital. ¿A qué hemos venido a este puñetero mundo si no a ser felices? Lo cual justifica una amplia gama de medios para su consecución. La tercera derivada es la más reciente: hoy muchos asocian la felicidad a ir acumulando emociones y experiencias. Se trata de una acepción que enlaza directamente con el despiporre turístico-viajero, y con el hiperconsumo masivo. Ambos recurren a la misma apelación: la necesidad de una vida plena, como un nuevo derecho de ciudadanía. Esta plenitud vital es sobre todo de orden psicológico y medicinal. Lo cual ayuda a despojar esta reivindicación del componente social y político. Todo se reduce a la salud mental en nuestros días. Perfecto para el sistema de dominación totalitario en el que nos han instalado las TIC-IA.
Concluye Sampedro que, si bien, las dos primeras formas de búsqueda de la felicidad transcurren por «caminos contradictorios», esto es, el hombre y la mujer de hoy no han resuelto el dilema entre hedonismo y devoción; en cambio (aquí va lo verdaderamente alucinante de esta terrible sociedad), se ha añadido una tercera dimensión: la apelación, constante y compulsiva, a la acumulación y exposición pública de experiencias cada vez más novedosas y más emocionantes, que pivotan entre exóticas y esotéricas. Sean felices en estas navidades.
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