Dice el personaje de Javier Marías al principio de su última novela que a él lo educaron a la antigua. A él, a Marías, lo debieron de educar así, a la antigua, como a un caballero, la discreción con la que guardó su vida lo ... prueba. Fue discreto hasta para irse, quiso el azar o la enfermedad o la mala fortuna borrarlo de la tierra en medio de dos fechas históricas y dispares, la muerte de Isabel II y la llegada al trono del tenis mundial de Alcaraz. Esos dos acontecimientos, visionados por millones de espectadores, restaron importancia al inesperado adiós de mi dios literario.
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‘Tomás Nevinson’, su última novela, a la que he vuelto con avidez estos días, no es la continuación de la anterior, ‘Berta Isla’, sino que, en palabras del propio Marías, juntas forman pareja, aunque discrepo.
Estaba, estoy, convencida, y el lector que haya leído las dos novelas puede que coincida conmigo, de que después de ‘Tomás Nevinson’ habría de venir una tercera novela con el remate, la decisión, el desenlace; y estoy convencida igualmente de que el título sería el nombre del personaje femenino, o bien el nombre castellano o bien el norirlandés: ‘Magdalena Orúe’ o ‘Molly O’Dea’. De esa forma, los que fueron dos hubieran sido tres y la pareja se habría convertido en triángulo. Los matemáticos aplican una fórmula para calcular el tercer vértice de un triángulo, pero, ¡ay!, la literatura no es una ciencia exacta, ni siquiera es ciencia, y Marías se ha llevado al más allá el molde de su escritura única, esa prolongada tensión entre lo irreal y lo verosímil.
Todo esto que digo lo digo al tuntún porque yo no conocía a Marías, ni nadie cercano a él me lo ha contado, solo conjetura y adivinación, hubiera dicho Nevinson, quien habría necesitado unos cientos de páginas más para tomar la gran decisión, matar o no matar a una mujer.
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Estos días releo la novela, redonda, como el reino de su hacedor, negra, y no se derrama una gota de sangre, adictiva como una droga, o anfeta. Matar o no matar, that’s the question. Dice Nevinson al inicio de la novela que a él lo educaron a la antigua, para respetar a las mujeres, cederles el paso, o el asiento, nunca, en ningún caso, creyó recibir la orden de matar a una.
No sabré de la ira del impacientado Tupra al conocer el fallido intento. No sabré si Nevinson, venciendo sus escrúpulos para matar a una mujer, habría tragado y cumplido el encargo; ni si en esa tercera novela de mis ensoñaciones Nevinson consumaría, o no, la misión, la encomienda, el favor.
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Termino mi segunda lectura de ‘Tomás Nevinson’, ahora estoy más segura de que el supuesto triángulo no era solo ilusión mía.
Escribí más arriba que ese soñado libro, ‘Magdalena Orúe’ o ‘Molly O’Dea’, no es más que conjetura y desvarío, ni es ni será, tampoco llegará a las librerías para consuelo de sus inconsolables lectores, pero, ¿quién sabe?, ya lo dice el siniestro Tupra en la novela: «Lo único seguro es estar muerto».
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