
Pasear
Matilde Muro
Domingo, 13 de abril 2025, 23:18
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Matilde Muro
Domingo, 13 de abril 2025, 23:18
Dicen los médicos que andar es salud. Cansa, pero alarga la vida y mejora las condiciones de supervivencia a fuerza de respirar hondo y largas ... siestas tras el desplazamiento. Es bueno seguir ese consejo.
Prefiero pasear. Andar ya me supone un esfuerzo añadido al que me he rendido. Caminé con desatino hace unos años por razones de un manifiesto deterioro físico sobrevenido, pero resuelto el percance, he optado por el paseo con el que quiere colgarse de mi brazo e iniciar la marcha en medio de una charla intrascendente, saludando a diestro y siniestro a los conocidos con los que te cruzas, parándonos de forma procesional a cada poco mientras nos contamos las cuitas de antes, de cómo hemos envejecido, de lo difícil que se está poniendo todo, de la poda inmisericorde de los árboles del parque y de la cantidad de perros que pueblan las calles.
Paseo también sola. Hago recorridos habituales. Repaso los escaparates en los se pegan las esquelas y los carteles de toros, que cada vez son más pequeños y feos. Trato de arrancar las pegatinas que no forman parte de mi colección, sorteo los baches de las aceras y, siempre despacio, maquino ocurrencias que la mayor parte de las veces no se plasman en realidades, pero luego, cinco pasos más allá, se me ocurre creer que alguna vez sucederán.
Paseo por entre los estantes de la biblioteca de casa, y eso es mi perdición. No puedo evitar echar mano una y otra vez a los volúmenes que se amontonan en líneas de tres en fondo la mayor parte de las veces, y descubrir que hay piezas que en su día me emocionaron y hoy, en el reencuentro del paseo, vuelven a generar un sentimiento de felicidad, de hallazgo de tesoros escondidos, como el que debió tener Howard Carter al abrir la puerta de la tumba de Tutankamón, porque ese libro está al lado de otro también olvidado, pero que por razón de mi orden especial de los anaqueles, se amontonan acompañándose y evitando separarlos con el único argumento del amor con el que en su día los compré, leí y atesoré.
Hace muchos años habilité un espacio de mi casa para pasear arrancando malas hierbas, cavando rosales, podando frutales o abriéndome hueco para sentarme a leer. Es mi jardín. Ahí paseo sin cesar. Me produce sosiego, me canso, obedezco a los médicos haciendo ejercicio subiendo y bajando escaleras, se me ocurren cosas, le hablo a mi madre, que ya no está, veo gatos de otros a los que mis perros mantienen a raya, sueño con no volver a tener vecinos a los que la hiedra les molesta, y elimino cualquier atisbo de molestia verde, propia de quien entiende las relaciones vecinales como enfrentamientos eternos, haciendo de la vegetación el enemigo a batir.
Siempre queda algo por hacer en ese espacio mágico que huele bien, me protege del ruido, me acoge sin protestar, donde siento que no molesto y me devuelve vida año tras año, mientras paseo en primavera, viendo cómo brotan los árboles, engordan los arbustos, florecen los frutales que luego sirven de alimento a los pájaros, y espero sin muchas expectativas, tener alguna vez un limonero de luna, que me dé limones. Por mucho que pasee, no lo consigo. Pasear es la razón por la que no ando.
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