Era noviembre de hace muchos años cuando visité Pompeya por primera vez. La persecución de sitios de antecedentes romanos ha sido una constante en mi vida, y he recorrido los lugares más insólitos en los que nuestra cultura anterior dejó huella, unas veces aparente e ... imponente, y en otras en sitios escondidos y como sin querer, camuflados por civilizaciones posteriores que con la fuerza de la sinrazón ocultan lo bueno del pasado, o lo destruyen.
Publicidad
Estas semanas atrás, en la permanente excavación de Pompeya, iniciada bajo los auspicios de Carlos III, aparece un hermosísimo bodegón de frutas, alimentos, orlas en las habitaciones que permanecían de pie bajo las capas de protección o los sucesivos aluviones de materiales propios de las estaciones y del ir y venir sin cesar de los trabajos que se organizan según la ciencia arqueológica determina, abriendo y cerrando catas al objeto de mantener intacto lo que quedó tras los días fatídicos de la erupción del Vesubio.
Esto viene a colación porque hay momentos en la vida que se le quedan a uno anclados en ese hueco de la felicidad, ese pedacito del cerebro que, conectado con el resto del organismo, no sé de qué forma, producen sensaciones de serenidad, plenitud, hallazgo insólito, comprensión de lo inasible y casi llegada a la meta de un lugar nunca buscado y que, de repente, estás paseándolo.
Pompeya, sus calles, la ruina perfecta, el trabajo constante para verla cambiar, el sueño de un tiempo que paró y vuelve a salir a la luz en todo momento, los mosaicos, los frescos que adornaban las casas, poblados de pájaros, frutos, líneas geométricas que confunden, personal de limpieza que lleva escobas hechas con plumas de pavo real para no dañar las estancias y acariciar el polvo que el ruido del turismo deposita en los elementos que poco a poco aparecen. El silencio del atardecer, la lluvia mansa que corría por las huellas que carros de otros tiempos hicieron sobre adoquines desgastados, la luz tamizada que se cuela por la cúpula de los baños públicos, las pocas ganas de salir del recinto y la emoción por tratar de entender que, aunque el tiempo haya pasado, siglos desde que desapareció y poco a poco vuelve a ver la luz, pocas cosas hay más bellas en el mundo que la dignidad de las ruinas, la conservación de lo que se hizo con emoción, dedicación y arte.
Publicidad
Poder caminar entre esas casas adornadas de bodegones como este último que han llamado «de la pizza», deslumbrarte ante los frescos de la casa de Los Misterios, la villa del Fauno, la casa de Cicerón, allí donde el sabio decidió que era su lugar de descanso… el teatro impecable, las zonas ajardinadas, lo que aún queda bajo la lava y nos permite soñar con lo que se pueda encontrar, visto lo que ha aflorado.
Eso es Pompeya, el sueño de lo que fue y volvemos a verlo, ahora bajo el prisma de la publicidad de la «primera receta de la pizza», pero no se dejen engañar. Pompeya es uno de esos sueños que hay que realizar una vez en la vida. No vayan en verano, dejen que llueva un poco y paseen sus calles con agua. Nunca lo olvidarán.
Escoge el plan de suscripción que mejor se adapte a tí.
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
La víctima del crimen de Viana recibió una veintena de puñaladas
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.