Ahora que parece que está remitiendo la pandemia, que, como dice el consejero Vergeles, lo más seguro es que no haya sexta ola, va siendo hora de que empecemos a pensar en arreglar la asistencia sanitaria, que la tenemos hecha unos zorros. Yo me conformo ... con poco. Ni siquiera exijo que me atienda el médico al día siguiente de pedir la cita (años hubo en que era la norma) sino, más modestamente, a los dos o tres días y no a los diez o doce como ocurre ahora. Sé, en cualquier caso que, aunque tarde, mi médico me va a tratar inmejorablemente, como lo ha hecho siempre.
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Lo que quiero es que, dando por hecho que no podré verlo cuando quiero –ni muchas veces cuando lo necesito– no tenga que añadir a esa espera la sufrida en conseguir la cita. Necesito saber si las inevitables y comprensibles dificultades de acceso a nuestro médico de cabecera que padecemos los ciudadanos debido a la pandemia se van a convertir en una enfermedad crónica del sistema público de salud a la que desgraciadamente no se le va a poner tratamiento. Necesito saber qué quiere decir exactamente José María Vergeles cuando afirma –lo hizo en un foro organizado por este periódico hace unos días– que nos vamos a tener que ir acostumbrando a las consultas por teléfono porque no se van a suprimir.
Señor consejero, me temo lo peor. Oigo cita médica y teléfono en una misma frase y me echo a temblar porque –hablo por mí y por la experiencia de personas que conozco– es sinónimo de tortura. En una ocasión empecé a llamar por teléfono para solicitar cita un lunes y no logré que me lo cogieran hasta el jueves; y no llamé cada día una o dos veces, sino muchas más. Y sé de quien obtuvo cita a través de internet, y aunque parece que es un sistema que funciona porque se le reserva al usuario un día y una hora a la que le llamará su médico, llega el momento y nadie llama.
En otra ocasión, desesperado por días de intentos infructuosos y que nadie me cogiera el teléfono (ni siquiera el jueves), decidí ir al centro de salud para pedir la cita en persona y, mientras estaba en la cola se me ocurrió la idea de llamar al teléfono que ya había dado por imposible; el mismo que otras veces, antes de la pandemia, había visto atender a las administrativas. Comunicaba. Es decir, al menos una de las administrativas que estaban a tres metros de mí debería estar en ese momento atendiendo al teléfono. Pero no, lo que veía es a las dos atendiendo a gente de la cola. Sorprendido, volví a llamar y, ahora sí, dio llamada. ¡Pero ninguno de los teléfonos que veía delante de mí estaban sonando! El resultado de todo esto es que uno empieza a hacerse preguntas extrañas, como adónde van a parar todas las llamadas que hace la gente durante días y días. Por qué sumidero del SES se pierden nuestros esfuerzos y nuestro tiempo por lograr una cita, y nuestra desesperación por no conseguirla. Y entonces llegas a pensar que todo esto no es solo tortura, sino algo peor y parecido a la degradación de la dignidad de los ciudadanos. Y en esas estamos con el SES. No sabemos hasta cuándo.
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