!['Mediterráneo', en el corazón](https://s1.ppllstatics.com/hoy/www/multimedia/202106/08/media/cortadas/op-tinoco-ka6F--1248x770@Hoy.jpg)
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Leo en el 'El País Semanal' que se cumplen 50 años desde que Joan Manuel Serrat se encerrara en un hotel de Calella de Palafrugell, frente a la playa de Port Bo, y compusiera las canciones de su disco 'Mediterráneo'. Leo el reportaje casualmente frente ... al mar, no importa que tenga otro nombre ni que no acabe en Estambul porque, desde 'Mediterráneo', todos los mares del mundo son para mí el mismo mar: el 'meu amic', mi amigo, que diría Lluís Llach años después en otra canción digna del alto honor de que se le considere deudora de la de Serrat.
Yo era un muchacho de interior al que todo el horizonte que le cabía era de secano y que había visto el mar de Huelva, fugazmente, dos o tres veces y ya de grande, con solo tres o cuatro años menos de los que tenía mi abuelo cuando lo vio en África por obligación militar. Y hasta que oí –y no una, sino mil veces o quién sabe si más– esa canción en un radiocasete sometido por mi obsesión a una jornada laboral que hasta a los estajanovistas les parecería un abuso, no tenía la más remota idea de que aquella misteriosa masa de agua, semoviente y acerada, podría llegar con los años a ser mi paisaje más íntimo y donde mejor vagabundeo, con su luz y su olor ya pegados a mí para siempre y por donde quiera que vaya.
Ese disco cambió mi vida y no me siento solo ni raro ni solemne al decirlo porque sé que también se la cambió a muchos de mi generación. Empecé a oír las canciones de 'Mediterráneo' en el verano de 1974, cuando tenía 16 años y estaba recién salido del colegio de los Salesianos, en Badajoz, y a punto de entrar a estudiar COU en el Instituto Zurbarán. Dejar el colegio para ir al instituto era como abandonar el abrigo del puerto y salir a navegar a mar abierto y ahora tengo la seguridad de que las canciones de Serrat fueron el aparejo que llevé en la travesía.
A 'Mediterráneo' le debo unos ojos nuevos, no sé si unos ojos para mirar el mundo, pero sí eran los ojos que necesitaba justo en ese momento. La música y la poesía que Serrat volcó en esas canciones me hicieron mudar la piel y me permitieron dejar atrás sin nostalgia el pueblo blanco de mi infancia donde también, como en la canción de ese título, el olvido caminaba lento y el cabo, el sacristán y el cura eran espectadores de su vejez.
Con 'Mediterráneo', en fin, me pasó lo que a García Márquez con 'La metamorfosis', que después de leerla ya nada fue igual. Esas canciones me hicieron doblar una esquina de mi vida y me enseñaron más de lo que en aquel momento era capaz de imaginar: la dulzura de la nostalgia con tío Alberto; la piedad ante Don Quijote vencido «en la playa de Barcino, frente al mar», y la dignidad de su derrota («¡hazme un sitio en tu montura, caballero del honor!»). Y también nuevas mujeres, sabias, fuertes y dulces, de las que enamorarme.
'Mediterráneo' es un tren que, en estos cincuenta años, no ha dejado de vender boletos de ida y vuelta para mi alma. A merced de su recuerdo me siento porque ni el tiempo ni la ausencia ha sido capaz de matar una sola de sus canciones.
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