Las campanas suenan pausadas. Se marchó Miguel Celdrán, en esa nave que Machado decía que «nunca ha de tornar». Nos duele el alma.
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No soy objetivo, pues quiero a Miguel como a un padre. Fue un maestro, un líder, un amigo. Deja un legado de ... enseñanza inmenso, de valor incalculable. Hombre creyente. Rey del sentido común y de la entrega. Con un humor inteligente, fino, cargado de experiencia. Nunca pidió ser nada, y lo fue todo en nuestro partido. Nunca usó la palabra para herir a la persona. Se hacía querer, pensaras o no como él. A quien trataba, dejaba su impronta. Por eso Miguel no se ha ido ni se irá. Sigue entre nosotros y lo vamos a cuidar.
Badajoz lleva la huella de Miguel Celdrán. En la recuperación del Casco Antiguo, en parques y jardines, en avenidas, en la cultura, en los servicios sociales, en el abrazo a Portugal... fue un alcalde eficaz y muy querido por los pacenses. Los periodistas le adoraban. Antes de llegar al despacho, siempre andando camino del Ayuntamiento, hablaba con vecinos y trabajadores que topaban a su paso. Para todos tenía una palabra de afecto, porque de todos aprendía. Y con esa lección diaria de la calle llegaba al despacho, hacía equipo, recibía a los trabajadores, con un profundo respeto por cada uno, transmitiendo su pasión por Badajoz.
Neruda escribió que uno muere lentamente si «no conversa con quien no conoce». No era su caso. Miguel siempre tenía una palabra que te hacía sentir importante. Cuántos mensajes de cariño de personas que se cruzaron en su sendero. Desde las más humildes a gente con las más altas responsabilidades.
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Miguel nunca hablaba de oídas y le molestaban los chismes. Era un fiel compañero. Tiraba de la chequera de las experiencias vividas. Y por eso solía acertar. Se ponía el dedo en la sien y decía «de aquí ando corto», mientras señalando el ojo añadía «pero de aquí cazo largo».
Aprendimos mucho con él. Todo. Nos dejó un caudal de cariño y sabiduría, inculcó el trabajar en equipo. Aprendimos lo que es la generosidad, la honestidad. Aprendimos que nada es fácil, pero que todo es posible. Que el adversario no es enemigo. Que cualquiera merece la pena.
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Aprendimos a amar Extremadura y España.
Recuerdo ese Miguel Celdrán desconocido para muchos. Ese alcalde que iba cada tarde a las 5 al despacho. Leía carpetas apiladas con detenimiento. Estudiaba a fondo los temas. Te llamaba para conocer detalles de tu área de responsabilidad. Así era. Por la mañana mucha calle, en modo esponja. Por la tarde, a impulsar las ilusiones. Los fines de semana, en un pequeño papel, se llevaba apuntados todos los eventos de la ciudad, que eran sus parroquias. Y si el PP le requería para ir a un pueblo, por pequeño que fuera, allí se plantaba.
Me siento afortunado de haber vivido junto a Miguel Celdrán muchos años, de ser humilde notario de muchos momentos a su vera. Fue un Maestro –con mayúsculas– porque nos enseñó a pensar, a querer y creer lo que haces. Un Maestro es quien tiene la palabra precisa en cada momento, y en especial, en los difíciles. Un Maestro es quien cuando más necesitas una llamada, te regala una esperanza. Un Maestro es luz en el camino. Se vació por los demás, de ahí que su ilusión, una vez aparcada la política, fuera compartir su retiro con su familia, su verdadera pasión, a quienes quería con locura, y sus amigos de siempre. Con ellos siempre lucía su mejor sonrisa. Y así lo hizo.
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Miguel Celdrán era todo eso y mucho más: un gran Maestro, un gran hombre, Patrimonio de
Badajoz, de todos los pacenses y de Extremadura. D.E.P.
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