La infancia –criaturitas encantadoras llenas de buenos sentimientos con necesidad de aprender, explorar y socializar–, deben gozar de una mente bien amueblada porque son el ... futuro. Para ello, los niños han ser criados con afecto, respeto y autonomía. Debemos festejar sus logros, conectar, escuchar y empatizar para reconocer sus emociones. Requieren atención y tiempo, con límites y normas lógicas, no arbitrarias, y una educación en positivo basada en valores y hábitos sanos y jamás pegarles, insultarles o faltarles al respeto. Y, sin duda, lo que más felices les hace es jugar –vital para su desarrollo integral– y, mientras lo hacen, soñarán, imaginarán, crearán y lo darán todo mientras progresan de forma equilibrada sus habilidades cognitivas, emocionales, sociales y físicas. Por eso mismo, hace 65 años que la Convención sobre los Derechos de la Infancia de la ONU recoge el juego como un derecho: «El niño tiene derecho al descanso, al ocio, al juego y la participación en actividades culturales y artísticas», algo que, para nosotros sus educadores, debe ser un deber. Por desgracia, muchos de ellos cuando llegan a este mundo se encuentran en zonas de guerra o con que sus familias, que no estaban capacitadas para criarlos, ya han hecho planes que condicionan su personalidad y destino, y en demasiadas ocasiones son obligados a trabajar, incluso sexualmente esclavizados.
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