
¡Milana bonita!
TRIBUNAS ·
'Los santos inocentes' es como la Transición para el cine español, que a partir de entonces dejó de hacer dramones rurales que no podían alcanzar su nivelEUGENIO FUENTES
Domingo, 26 de septiembre 2021, 09:34
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TRIBUNAS ·
'Los santos inocentes' es como la Transición para el cine español, que a partir de entonces dejó de hacer dramones rurales que no podían alcanzar su nivelEUGENIO FUENTES
Domingo, 26 de septiembre 2021, 09:34
Conocí a Mario Camus por mediación de Javier Remedios. Ambos mantenían una larga amistad y no dejaban de visitarse a pesar de la distancia, aquí ... o en Cantabria. Mario Camus adoraba Extremadura, conocía bien su luz y sus paisajes, y hasta estuvo por aquí en un encuentro de cineastas en los años 50 que continuaba las famosas Conversaciones de Salamanca, y que algún día alguien debería investigar.
Javier me llamó una tarde para charlar con Camus, en la terraza de Las Caballerizas, a esa hora taurina en que es demasiado tarde para el café y demasiado temprano para el whisky. Así que optamos por la ginebra y, como Mario Camus era un gran conversador, nos pasamos de horas y de copas, aunque uno es poco bebedor. Algo aturdido al volver a la mesa tras un alivio, me senté en mi sillón sin advertir que Mario Camus había puesto en el asiento sus gafas. En su expresión apareció el pánico de los miopes a perder los cristales cuando estamos lejos de casa y temí haberle hecho un estropicio, pero por fortuna no ocurrió nada grave y pedimos otro gintónic para celebrarlo.
Hablamos mucho de libros y de cine, porque no ha habido otro realizador español con tanta inteligencia y sensibilidad para llevar a la pantalla obras literarias, de todas las épocas y de todos los estilos. Se atrevió con Calderón de la Barca, Daniel Sueiro, Pío Baroja, Ignacio Aldecoa, Pérez Galdós, Cela, Jorge Semprún, Delibes, Juan Luis Cebrián, García Lorca, Félix Bayón, Eduardo Mendoza, casi siempre escribiendo el guion y a menudo mano a mano con los autores de las obras.
Su conexión con esta tierra viene de la mano de Arturo Barea, de quien realizó una estupenda adaptación de 'La forja de un rebelde', rodada en muchos exteriores de la región. Y, sobre todo, por esa obra maestra que es 'Los santos inocentes', que sigo prefiriendo a 'La colmena', que como novela y como película me parece más fácil de escribir y de filmar que la obra de Delibes. 'Los santos inocentes' es como la Transición para el cine español, que a partir de entonces dejó de hacer dramones rurales que no podían alcanzar su nivel.
Siempre lamentaré no haber asistido a aquel rodaje cuando tuve oportunidad de hacerlo, aunque solo hubiera sido para oficiar de recadero o, todo lo más, como figurante. Cuando se rodó, yo trabajaba en Herreruela, no lejos de la finca El Zajarrón donde se filmaba la película. Y alguien vinculado a los dueños me ofreció la posibilidad de asistir al rodaje y conocer a los actores, pues por entonces tenía ciertas veleidades cinematográficas. Por timidez y pereza perdí la ocasión de haber aprendido algo.
No recuerdo el nombre del especialista en animales que entrenaba a las grajillas para la famosa secuencia con Paco Rabal. Camus nos contó que había cogido los huevos de un nido de grajillas, los había incubado y que, cuando eclosionaron, lo primero que vieron los polluelos fue el rostro del especialista, que los crió como una madre dándole la comida de sus labios. Tenía tres o cuatro pájaros, pero como se retrasó el inicio del rodaje, al llegar el día del rodaje de la famosa secuencia solo les quedaba uno, no sé por qué murieron los otros animalillos. De modo que estaban temblando ante cualquier percance el día programado. Nos contó Camus la angustia de todo el equipo, la espera hasta que la grajilla voló desde el tejado hasta el hombro de Paco Rabal y se filmó la inolvidable secuencia del ¡Quiaaaa, quiaaaaa!, sin la cual la película no hubiera sido la misma. Mario Camus supo trasladar a la pantalla la propia tensión del rodaje, como hacen los creadores con talento, sea en cine o en literatura, que mientras filman o escriben son como Buster Keaton en 'El maquinista de la General', arrojando a la caldera de la locomotora cualquier combustible que les sirva para alimentar su creación.
Camus había leído un par de mis novelas y hablamos de la dificultad para adaptarlas al cine, sobre todo por la complejidad del monólogo interior de muchos personajes. Hablamos también de buenas historias estropeadas por un mal final y de lo arduo de rodar escenas de ciclismo, deporte que él mismo había practicado y que le gustaba mucho, puesto que los actores debían montar muy bien en bicicleta, algo que no podía fingirse. En cambio, el boxeo era el deporte más cinematográfico por muchas razones. Camus había elegido a Julián Mateos, el actor de Trujillo, para que protagonizara 'Young Sánchez', una sólida película sobre el cuadrilátero. Al despedirnos, le dije que me gustaba mucho su cine por las historias que narraba, pero también porque no era un director-estrella y siempre buscaba que las estrellas fueran sus actores.
En los últimos años vivía solo y con algún achaque físico, retirado a sus cuarteles de invierno, que en España siempre son territorios cantábricos. Había vendido su casa de Comillas a un hijo de Delibes, en uno de esos guiños del destino que uno no siempre sabe cómo interpretar.
Descanse en paz entre sus libros, sus películas y el crascitar de la grajilla en el tejado antes de bajar volando hasta el hombro de Azarías. ¡Milana bonita!
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