¿Qué ha pasado hoy, 22 de febrero, en Extremadura?

Este diario publicaba ayer una conversación con José Enrique Alcázar, impulsor de Slowlight, asociación surgida en Galicia en 2020 que reclama una reducción de la ... contaminación lumínica en las ciudades bajo el lema «hicimos la luz, perdimos la noche». Entre otras cosas, Alcázar advierte que el exceso de luz artificial provoca problemas de salud pública, pues «dormimos cada vez menos y peor», amén de que tiene otro efecto cultural nocivo: «Algo que el ser humano ha hecho toda la vida para progresar y que dio lugar a la astronomía ya no lo hacemos, ya no contemplamos el cielo, no se mira hacia arriba porque no hay nada que ver».

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En efecto, la mayor parte del día no despegamos los ojos de una pantalla. Lo que no vemos a través de ella no existe para nosotros, ni siquiera lo que tenemos delante de las narices, pues no miramos más allá de nuestro nuevo ombligo digital. Paradójicamente, el exceso de luz nos ciega y nos vuelve miopes, cortos de miras, lo que les ocurra a las víctimas de las guerras olvidadas de África o Asia, a las generaciones futuras o a la selva amazónica nos importa una higa. No tememos, como Abraracúrcix, el bravucón jefe de la aldea gala de Astérix, que el cielo caiga sobre nuestras cabezas porque no las levantamos del móvil.

Las palabras de Alcázar me trajeron a la memoria la película ‘No mires arriba’, una fábula satírica sobre las consecuencias de no actuar a tiempo contra la emergencia climática para evitar una catástrofe planetaria. En el filme, una estudiante de posgrado de Astronomía y su profesor descubren con asombro que un enorme cometa se acerca inexorablemente a la Tierra y colisionará contra ella en poco tiempo. El problema es que a nadie le importa, ni a los (ir)responsables políticos, ni a la mayoría ruidosa, ignara y obsesa de las redes sociales que los votan, ni a los medios de (des)información, que solo llaman a los dos científicos para mofarse de ellos. Nadie quiere mirar hacia arriba y ver la que se avecina, todos prefieren vivir en la inopia y sus mundos virtuales.

«Una de las lecciones más tristes de la historia es esta: si se está sometido a un engaño demasiado tiempo, se tiende a rechazar cualquier prueba de que es un engaño. Encontrar la verdad deja de interesarnos», advierte Carl Sagan en ‘El Mundo y sus demonios: la ciencia como una luz en la oscuridad’. Y nos han hecho creer que los humanos somos los reyes de la Creación, los ‘masters’ del Universo... Mas si uno mira arriba, al cielo estrellado, se percata de que somos una mierda en la vastedad sideral.

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Sagan lo expresó de forma más poética en ‘Un punto azul pálido: una visión del futuro humano en el espacio’, libro publicado en 1994 e inspirado en una fotografía de la Tierra tomada por la nave espacial Voyager 1 en 1990 a una distancia de 6.000 millones de kilómetros: «Nuestras posturas, nuestra importancia imaginaria, la ilusión de que ocupamos una posición privilegiada en el Universo... están puestas en entredicho por este punto de luz pálida. Nuestro planeta es una pequeña mota en la gran envoltura de la oscuridad cósmica (...). Se ha dicho que la astronomía fortalece el carácter y nos hace más humildes. Quizás no hay ninguna mejor demostración del capricho de la vanidad humana que esta imagen distante de nuestro pequeño mundo. Para mí, en ella subyace nuestra responsabilidad de tratarnos de manera más amable y preservar y valorar este pálido punto azul, el único hogar que jamás hemos conocido».

Por favor, miremos arriba antes de que sea demasiado tarde.

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