El año pasado, cuando firmaba para este periódico unas líneas sobre el Día de Europa, lo hacía desde el prisma de la comunicación. Entonces, revisaba ... las actuaciones de la Unión Europea desde una línea de pensamiento crítico: la UE hace bien y mucho, pero aún no ha encontrado un poderoso altavoz que la conecte con su ciudadanía. De hecho, en mis tiempos en la vicepresidencia de la Junta de Extremadura me quejaba de que, cuando algo salía mal, la culpa era de Bruselas, mientras que cuando salía bien, el éxito era del consejero autonómico.
Doce meses después, cuando la guerra ha sustituido a la pandemia en los titulares, constato que debo insistir de nuevo. Especialmente porque se está mandando un claro mensaje al ciudadano de que todo lo que puede salir mal, sale mal por culpa de la UE, en perversa evolución del corolario por excelencia de la ley de Murphy. Este mensaje no emana solo de medios de comunicación y actores sospechosamente interesados: viene también aireado por regímenes iliberales y por estados que observan con recelo al proyecto europeo.
Con la crisis de 2008-2009, y su impacto en la eurozona, escuchamos augurios como truenos, vaticinando que sería el fin del mercado común, e incluso del euro como moneda. Es cierto que el euro estuvo en peligro, pero se reaccionó, y los que apostaron entonces contra la UE, perdieron. Cuando se presentó la crisis migratoria en 2015, se consideró que tamaña crisis social sería difícilmente manejable para la UE y sus estados. Sin embargo, se gestionó, y, de hecho, hoy vemos cómo se ponen en práctica las lecciones aprendidas cuando la UE es capaz de acoger a 4 millones de refugiados ucranianos en un mes. Otra vez, los que apostaron contra la UE perdieron.
Se está mandando un claro mensaje al ciudadano de que todo lo que puede salir mal, sale mal por culpa de la UE
Caso similar al del 'Brexit', que fue considerado la punta del iceberg del colapso final de la UE. Para sorpresa de muchos, y especialmente del Reino Unido, solo se sentó a la mesa un interlocutor, y no 27 voces discordantes, algo esencial en un largo y fatigoso proceso de negociación. La UE, ante otro reto que no había afrontado antes como la salida de un estado miembro, eligió reforzar la cohesión europea. Y de nuevo, perdieron los escépticos.
La pandemia es el penúltimo caso de mala praxis forense. Cuando irrumpió en nuestras vidas hace algo más de dos años, se planteó que la UE no estaba preparada para afrontarla, y que sus estados miembros se enzarzarían en fiera y desigual competición por los recursos sanitarios y las vacunas. Por el contrario, Bruselas decidió que la amenaza superaba las capacidades nacionales, y asumió dos decisiones políticas clave, ambas desde un enfoque europeo y supranacional. La primera, dar una respuesta sanitaria, centrada en la financiación y distribución centralizada de las vacunas, no sólo en la UE sino en el resto del mundo. Respuesta para la que, por cierto, la UE no estaba diseñada de base, ni equipada con capacidades jurídicas, mostrando por tanto un considerable ejercicio de adaptabilidad y flexibilidad. La segunda supuso probablemente el mayor paso en integración de la UE en las últimas tres décadas: la mutualización de la deuda. En economía se suele referir como un «momento hamiltoniano», dado que el origen histórico de EE UU se suele asociar a la federalización común de la deuda de las trece colonias, que pasaron entonces a conformar un estado. Los europeos podríamos usar otra expresión, más familiar, más cercana en el espacio y en el tiempo: una de esas acciones concretas que crean una solidaridad de hecho.
Tras esta exhaustiva lista de ejemplos, uno se plantea cómo y por qué se sigue apostando contra la UE. Sin embargo, ocurre. Con la guerra de Ucrania, Putin actuó como barítono de este euroescepticismo, al entender que la respuesta de la UE sería similar a la de la invasión de Crimea: lenta, descoordinada, con gobiernos afines boicoteando acciones en el seno del Consejo. Ante ello, envió 27 cartas, una a cada capital, pero solo recibió una respuesta: 27 copias de la misma, firmada por Borrell, rubricada por cada ministro de exteriores.
Frente la invasión rusa, la UE ha mostrado una actitud unida en todos los frentes: en el diplomático, coordinando las resoluciones de condena en foros internacionales; a nivel de los Estados Miembros en el Consejo de la UE, que ha actuado con celeridad imponiendo sanciones escalables; a nivel humanitario, ofreciendo ayuda a los refugiados del conflicto... Incluso ha reafirmado su compromiso al Pacto Verde, una política de ámbito supranacional dirigida desde la Comisión. Ante la ley de Murphy, la UE se empeña en abanderar otro corolario, más obstinado si cabe: eppur, si muove. La respuesta europea demuestra ser la escala más eficiente ante las crisis internacionales que nos aguardan, y de paso desmiente las falsas narrativas a su alrededor. De nuevo, no me resisto a proponer otra locución más familiar, más cercana en el espacio y en el tiempo: «Ladran, Sancho, señal que cabalgamos».
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