Quien dijo por primera vez que le patinaban las neuronas no era poeta, sino científico. No creó una metáfora, formuló un teorema. Lo sé a ciencia cierta cuando dejé de fumar, hará de eso unos 30 años. Durante las primeras semanas, el momento que más ... temía era el de por las tardes. Yo entonces estaba en la sección de Local de este periódico y por la mañana recogía la información, iba de acá para allá, hablaba con unos y con otros. Y por la tarde, en la Redacción, la escribía. Cuando empecé a dejar de fumar, por la mañana encontraba oportunidades para distraer mi ansiedad de nicotina, pero por la tarde era una tortura. Si hasta entonces y durante años hubieran filmado mi trabajo en la Redacción hubiera sido difícil registrar un solo momento en que no estuviera fumando, porque empalmaba un cigarrillo con otro. Me concentraba mejor. Así que cuando me decidí a dejar de fumar no tuve más remedio que enfrentarme al trance de escribir mis informaciones sin el auxilio del tabaco. Y entonces fue cuando supe de verdad que las neuronas patinan. Abría en el ordenador la página en la que tenía que escribir y me ponía a ello, pero no sabía qué escribía. El sentido de las palabras era una cosa huidiza con el que unas veces acertaba y otras no, de modo que tenía que ir escribiendo con pies de plomo, frase por frase, atrapando las palabras. Tenía que hacer un enorme esfuerzo para lograr escribir exactamente lo que quería. Cuántas veces me tapaba los oídos mientras releía lo escrito para que ese ambiente de mercado que tenían las redacciones de los periódicos entonces no entorpeciera la concentración que necesitaba para saber qué había escrito.

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Esa fue la primera vez que me patinaron las neuronas pero, por desgracia, ha habido muchas más y más frecuentes. Y no por culpa de la falta de tabaco. Lo sufro cada vez que tengo que hacer algo en que está por medio la Informática, cualquier cosa: incorporar un programa al ordenador o hacer una gestión administrativa por internet. Y permanentemente con cualquier aplicación del móvil. No sé si les pasa a ustedes, pero yo no entiendo nada. El lenguaje que nos ha impuesto la Informática es para mí cruel. Sería inofensivo si no necesitara que fuera comprensible, pero no lo es. Utiliza palabras que no son lo que parecen, que nunca significan lo que debieran y el resultado es la misma desasosegante sensación que me produjo el síndrome de abstinencia de la nicotina: que me patinan las neuronas, que mi cabeza no sirve para descubrir el sentido emboscado que la Informática le está dando a las palabras.

He pensado en esto ante el nombramiento de la azuagueña Asunción Gómez Pérez como académica de la Lengua. Asunción Gómez es especialista en Informática. Su misión en la Docta Casa va a ser que la inteligencia artificial, de la que es autoridad mundial, sea capaz de hablar, entender y razonar en español. Leo esto y me siento animado por una inesperada ilusión de rescate. Porque la Informática me ha hecho un náufrago del lenguaje. Y quiero ver en el trabajo de Asunción el trazo que se atisba en el horizonte de lo que podría ser el barco que me salvara del mar de las palabras sin sentido.

Mi cabeza no sirve para descubrir el sentido emboscado que la Informática le da a las palabras

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