Nunca llueve a gusto de todos
TERESA CORCOBADO CARTES
Martes, 29 de marzo 2022, 08:53
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TERESA CORCOBADO CARTES
Martes, 29 de marzo 2022, 08:53
En gran parte del país está lloviendo. Bendita y maldita lluvia que nunca cae a gusto de todo el mundo. En el norte peninsular luce el sol. El mar brilla en azules. En la bahía hay regatas con pequeños veleros que entrelazan el azul del ... mar con el blanco de sus velas.
En Cáceres era necesaria la lluvia; la falta de agua es un mal casi endémico en nuestra ciudad –mejor mansa que torrencial, aunque ya se sabe que nunca llueve a gusto de todos–. Sin embargo, no solo llueve en la ciudad, también llueve en mi alma. Días atrás, el viento africano desde el Sáhara nos trajo polvo de arena roja a tejados, balcones y árboles, quizás queriéndonos avisar de la traición que España iba a cometer con esta inmemorial provincia española y alertarnos del abandono en el que el Gobierno dejaría a nuestros queridos amigos saharianos. La lluvia de la ciudad era necesaria. La de mi alma hubiera preferido no sentirla.
Durante estos días, en la prensa local se está comentando la finalización de las obras de la Gran Vía de la ciudad. Se afirma en algunos artículos que hosteleros, comerciantes y cofrades aplauden o ven con buenos ojos la remodelación en dicha calle y afirman que ha sido un ejemplo de «colaboración institucional». No obstante, como nunca llueve a gusto de todos, yo –desde la distancia momentánea en el norte peninsular y sin haber podido ver in situ la obra terminada– he sentido pena y cierta impotencia al ver las fotos de los artículos periodísticos, que muestran un pavimento mojado, una estupenda plataforma única de gran accesibilidad, pero una vía despoblada de arbolado. Bueno, no totalmente despoblada: al principio, en sentido del recorrido de San Juan a la Plaza Mayor, se ven dos arbolitos solitarios que parecen querer recordarnos que en los desiertos también pueden existir pequeños oasis.
Y es que la «ciudad feliz», como algunos la llaman, parece debatirse entre continuar como una ciudad para turistas y visitantes ávidos de ver tan solo antiguos monumentos, piedras y palacios, o una ciudad que, aunque vieja, también aspira a ser actual y sostenible. En las ciudades felices se debería poder caminar y pasear por los ejes principales de su callejero sin que ello implicara achicharrase en verano o la imposibilidad de sentarse a descansar a la sombra de un árbol. Da igual que sus calles conduzcan a palacios de granito, a centros comerciales o a parques y plazas. Siento pena por las oportunidades desperdiciadas, rabia ante las obras de remodelación que no arriesgan y no apuestan por hacer de las calles auténticos corredores verdes urbanos que sirvan de comunicación amigable, no solo con el resto de los elementos que los rodean –edificios, comercios o restaurantes–, sino también para establecer una relación fluida entre un tráfico controlado y los peatones y paseantes.
Nunca llueve a gusto de todos, ¿pero habría sido tan difícil haber puesto una hilera de árboles en esta vía donde las diferentes actividades que puedan tener lugar en ella pudieran llevarse a cabo en un entorno natural, con sombra de arbolado durante los calurosos días de verano y con bancos donde poder sentarse a conversar tranquilamente? No lo entiendo, no puedo entenderlo.
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