Una derecha española homologable en Europa, que sin duda existe, no está toda dentro del Partido Popular, ni desde luego ha tenido nunca opciones de gobernar esa formación. Su probable dispersión puede identificarse hasta en sectores del PSOE con sus barones plurales y personajes varios. ... Si ahora nos preguntamos por qué Manuel Fraga ante su aclamación de José María Aznar en aquel congreso de Sevilla de 1990 sintió la conveniencia de pregonar aquello de «sin tutelas ni tu tías», se encienden lucecitas que pueden iluminar algunas cosas de este año y estos días. El PP tuvo su origen en la Alianza Popular que en 1976, como asociación, fundaron jerarcas franquistas vinculados al régimen desde hacía décadas. No resultaba fácil cuantificar algún quilate de disposición democrática en aquel plantel de ministros de Franco que, junto a Fraga, eran Martínez Esteruelas, Silva Muñoz, Licinio de la Fuente, López Rodó y Gonzalo Fernández de la Mora. Sus talantes autoritarios, tras la muerte del dictador, daba poco más que aparentar que se cambiaba para que todo siguiera igual. La actitud de fingir siempre ha sido y es un axioma de esa derecha que nunca muere.
Sostengo, no obstante, que el franquismo no agota el linaje de esa derecha imperecedera. Más allá podemos rastrearla en la clase que impidió y retrasó las revoluciones industriales en España y mantuvo tardíamente a un país con estructuras agrarias señoriales. Desde luego esa derecha también resistió por la fuerza los planteamientos liberales: Fernando VII, carlismo, Narváez, O’Donnell, Pavía, Restauración corrupta, Primo de Rivera y Franco. Su afán de pervivencia ha estado en la ambición de ejercer la política para la obtención de riquezas y rentas. Nunca ha tenido voluntad ni destreza para generarlas. La corrupción ha sido su corolario más indefectible.
Hoy la vocación económica de esa derecha que nunca muere es el neoliberalismo más montaraz junto a la ideología del nacionalcatolicismo que Franco realzó pero que también venía prefigurándose de mucho más allá. Pero las virtudes mágicas del mercado que empezaron a ensalzarse hace cincuenta años, tuvieron su opereta final en restañar las barbaridades de 2008, cuya recesión el propio neoliberalismo había provocado. Saltaba a la vista que el mercado no era estable ni componedor de nada como lo demostró Donald Trump y su patraña del nacionalismo económico, Mariano Rajoy y sus recortes, rescates bancarios y amnistías de fortunas en paraísos fiscales, o más recientemente la ideóloga mágica y ex primera ministra Liz Truss. La pandemia, la crisis energética y la inflación están mostrando la obsolescencia del neoliberalismo del que sigue colgado la derecha española que no muere y así vota en el Congreso contra tantas medidas socioeconómicas. Es la que sigue teniendo un sentido patrimonialista del poder que, cuando no lo detentan, lo consideran una usurpación. ¿Es poco democrático? La Alianza Popular de Fraga en 1978, durante la votación de la Constitución en el Congreso, votaron a favor de la Carta Magna solo la mitad de sus 16 diputados. Cuando esa derecha no está en el poder, lo que hace como proyecto electoral preferente es proferir insultos y ataques personales: la retahíla del «váyase señor González» de Aznar. «El gobierno de los socialista (de Felipe González) es una anomalía histórica», según Francisco Álvarez Cascos. José Luis Rodríguez Zapatero es un «bobo solemne» y un «chisgarabís» para Rajoy. Pedro Sánchez es un «okupa» y el padre del entonces vicepresidente del gobierno Pablo Iglesias era un «terrorista» según Cayetana Álvarez de Toledo.
El problema estructural de esta derecha que nunca muere ha sido y es la dificultad o displicencia para encontrar líderes solventes. José María Aznar y Alberto Núñez Feijóo afloraron de la necesidad del PP en un momento dado y los corifeos mediáticos los rellenaron prestos de virtudes centristas que no tenían. Antonio Hernández Mancha, Ana Botella, Isabel Díaz Ayuso o Pablo Casado ¿cuál fue o es su valimiento? Con frecuencia no son (o eran) capaces de sobreponerse a ser la cara visible y conveniente de lo que «otros» más solventes hacen y manejan por detrás. Se fía mucho en la tormenta mediática de adhesión inquebrantable. Quien se mueve en la foto de la derecha imperecedera lo defenestran (Pablo Casado) o le sacan tarjeta amarilla (Feijóo), porque esa derecha que nunca muere tiene un nexo de hermandad con Vox del que se espera que siga dando frutos gubernamentales. Es, en definitiva, la verdadera derecha de España y no la de Merimée.
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