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Del mismo modo que eran muchos los votantes del PP que no comprendían la insistencia de Guardiola de no aceptar un pacto de gobierno con ... Vox, políticamente lógico si quería gobernar con el resultado electoral que se había producido, hoy son los seguidores de Vox los que deben tener muchas dificultades para entender la decisión de Abascal de retirarse de los cinco gobiernos autonómicos a los que tanto trabajo les costó entrar.
La sensación tras las últimas elecciones europeas de que la moqueta y el coche oficial les estaba alejando del voto antisistema que ellos hoy representan, que había empezado a encontrar otras opciones como la de Alvise; y, por otro lado, la idea de que hay quien vuelve a tener la tentación de regresar a la casa madre del PP, pues el votante siempre procura quedarse al lado del hermano mayor entre los socios de un gobierno, como le sucedió a Ciudadanos, que acabó fagocitado por sus acuerdos, explicarían el giro brusco de guion de la dirección nacional de Vox.
Por mucho que la inmigración haya sido desde los comienzos de la formación de extrema derecha uno de sus temas prioritarios, basar su ruptura en el reparto entre las comunidades autónomas de los menores no acompañados, en cifras insignificantes para aliviar de verdad el problema que existe, resulta una excusa para apretar el botón, más aún en lugares como Extremadura, donde no mereció formar parte del pacto de gobierno, ni resulta un asunto conflictivo.
Aunque Abascal tenga esas otras razones de peso para separarse del planeta PP antes de llegar a quemarse del todo, unidas a los ejemplos de partidos europeos de ultraderecha que están logrando fuera de los gobiernos mejores resultados que ellos, es decir, que su estrategia sea de luces largas, dar un paso atrás ahora para coger un verdadero impulso en Madrid, la retirada de las autonomías ha generado el desconcierto y también la tristeza entre sus representantes regionales afectados, que han visto cómo su trabajo se ha venido abajo en un instante.
En ese sentido, se puede llegar a entender el peligro de desbandada que se cierne sobre Vox, y en particular la decisión del consejero de Gestión Forestal y Mundo Rural, Ignacio Higuero, de permanecer en el gobierno de Guardiola y abandonar Vox, un partido en el que todos realmente militan desde hace poco tiempo, sin que por el contrario le sea extraño para nada el entorno PP. Eso no quiere decir que Higuero se vaya a librar de la censura pública más evidente, de la que él mismo debe ser muy consciente, de que se ha aferrado al sillón, la misma actitud que tantas veces ellos, los de Vox, han reprochado a otros.
En cualquier caso, aunque con la sucesión de los últimos acontecimientos el foco se haya puesto en la figura del consejero, los realmente importantes para la gobernabilidad de Extremadura son los cinco diputados de los que dependen los populares para sacar adelante sus propuestas. La próxima fecha clave será en otoño con la ley de presupuestos, que marcará el devenir de la legislatura según el escenario que finalmente se produzca: la prórroga de las cuentas; que Guardiola decida adelantar las elecciones en un momento de subida para ella y de dudas en el PSOE; o si se pactan con Vox, que se da por hecho endurecerá a partir de ahora sus exigencias.
De todas formas, el perfil parlamentario en el que se ha situado voluntariamente el partido de Abascal es muy complicado y su margen real de acción muy estrecho porque los socios que están al otro lado del tablero, PSOE y la marca Podemos, no le interesan. PP y Vox en realidad siguen condenados a entenderse, pero ahora con una menor complicidad y, por consiguiente, con una mayor inestabilidad, lo que no resulta bueno para Extremadura y los proyectos en marcha. La alternativa interesante de que los dos partidos mayoritarios, socialistas y populares, se pongan de acuerdo para sacar adelante iniciativas en la región resulta, hoy por hoy, poco creíble con el actual clima político que se respira, que también se ha ido enrareciendo en esta tierra.
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