El Gobierno de María Guardiola ha presentado sus primeras cuentas esta semana y los números no indican que se pueda hablar de verdad de un presupuesto del cambio.
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Da la impresión, por el contrario, que si no descendemos a partidas casi anecdóticas de efecto placebo ... para sus socios de Vox, como ese 0,01% destinado a las actividades taurinas, se trata de un borrador más continuista que rupturista respecto a los más recientes elaborados por el PSOE.
La cuadratura del círculo que refleja el primer titular, ese aumento del gasto social pese a la bajada de impuestos (patrimonio, sucesiones...), no es milagrosa porque el crecimiento del presupuesto, que bate récord con esos más de 8.000 millones, se debe a la mayor aportación del Estado. Lo ha hecho posible la recuperación económica que alejó el fantasma de la recesión y, por puesto, los efectos recaudatorios vinculados a las subidas de precios. Esto tan criticado en su momento por Feijóo llena ahora las arcas de las comunidades autónomas, que cogen gustosas el dinero que les corresponde.
En el caso de Extremadura son algo más de 600 millones, y aunque el incremento del presupuesto solo refleje la mitad, permite aumentar partidas en sanidad, dependencia o educación. Pero en estos días de bonanza presupuestaria, no se puede decir que sea dar la vuelta a lo que había destinar 10 millones de euros más a reducir las listas de espera sanitarias, por citar un ejemplo. La obra física, por lo demás, se limita prácticamente a actuaciones que estaban plurianualizadas.
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Quienes esperaban que la principal ley autonómica reflejara un antes y después tras la llegada al ejecutivo de PP y Vox, se verán defraudados; y quienes afilaban argumentos catastrofistas por supuestos retrocesos en la atención de los servicios públicos o la mujer, también.
Luego está el detalle, pequeñas partidas donde da la impresión que el nuevo Gobierno aplica una excesiva rigurosidad para justificar cambios que suenan a ajustes de cuentas políticas o ideológicas. Restar un 25 por ciento a la ayuda a la cooperación, en cifras redondas tres millones, en un ejercicio presupuestario tan expansivo, parece una dádiva a Vox pero deja a Extremadura y a su ejecutivo en mal lugar.
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Continuar además, con esa caza de brujas que parece que se ha emprendido contra Pescueza, el pequeño municipio que se ha convertido en icono nacional de la buena atención a los mayores, poniendo en práctica iniciativas pioneras y copiadas, es simplemente desandar un camino brillante. Las decisiones hay que adoptarlas siempre con rigor, pero también sin sectarismos que valgan.
Y esto, por supuesto, es aplicable en política a todos. Empieza a apuntarse una dinámica peligrosa, que consiste en que el ejecutivo extremeño del PP-Vox se pone cada día el traje de oposición al Gobierno central y, a su vez, los ministerios retrasan o desoyen las demandas que reciben de la Junta, como dos amigos que se hubieran peleado. Este juego basado en el berrinche político de no aceptar que es el otro el que gobierna, que a veces queda reducido a la falta de respeto institucional que se deben las distintas administraciones, puede llegar a ser más grave si ello supusiera entorpecer inversiones para la comunidad.
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El que está a punto de finalizar ha sido un año de elecciones sucesivas que resienten la maquinaria con la que se mueve cualquier Administración. Pero con los gobiernos ya conformados, es el momento de ponerse a trabajar con lealtad institucional por ambas partes, asumiendo cada uno el papel que se le ha concedido, pero sin obsesiones partidistas de las que solo puede salir perjudicado el ciudadano.
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