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A esta hora, ningún organismo público ni autoridad con mando en plaza ha reconocido todavía que se haya confundido en la gestión previa de la ... Dana, que ha causado sin embargo varios centenares de muertos. Pero si nadie cometió un error y toda la cadena de implicados sostiene que cumplió con su parte, no podremos aprender lección alguna de esta tragedia para evitar otras futuras, y el mismo drama podría volver a producirse si la naturaleza quiere. A esta hora, esas autoridades con mando en plaza todavía prefieren esforzarse por ganar el relato político y culparse mutuamente de los fallos en la prevención y ahora también de la tardanza en la reparación. Como le dice el personaje de 'Nada es verdad' a su madre: «Mamá, yo no me peleo, hago política».
Y, sin embargo, a quién le ha extrañado que las administraciones afectadas y las siglas que las sustentan reaccionaran del modo que lo han hecho. Una vez desatada la Dana, los principales partidos simplemente han aplicado su inercia diaria, sin darse cuenta que su manual para zaherir al otro y sacar rédito no les servía esta vez ante la magnitud de una tragedia que les ha engullido también a ellos y ha sacado a flote su incapacidad. La sociedad civil se ha puesto manos a la obra sin esperarlos, mientras la clase política sigue deslizándose por su pendiente de descrédito.
No estamos faltos precisamente en este país, con sus respectivas comunidades autónomas, de protocolos de actuación, planes de emergencia, niveles de alerta, mapas de inundaciones, sistemas de prevención y todo lo que se saca ahora de los cajones. Pero verdaderamente lo que hace falta para que todo ese trabajo previo no sea papel mojado, valga la expresión, es la determinación de aplicar sus recomendaciones aunque eso implique fastidiar el día al ciudadano. Hay que analizar hasta qué punto el miedo a adoptar decisiones impopulares, a veces con repercusiones económicas (por eso en Valencia se suspendieron las clases en la Universidad, pero no la actividad en los polígonos industriales) influye en tragedias como esta.
Tampoco los ciudadanos deberíamos estar exentos de autocrítica a la hora de extraer lecciones de lo sucedido con esta Dana, y preguntarnos cuál es el papel de cada uno de nosotros como sociedad. Sobre todo cuando recordamos reacciones hipersensibles ante avisos meteorológicos que luego no han tenido las consecuencias tan virulentas que se preveían, y tomamos como ataques desaforados a nuestra individualidad las restricciones que llevan aparejadas esas alertas. Las amenazas a los responsables de la Aemet, según se ha conocido estos días, son moneda común.
En Estados Unidos, país tan acostumbrado a padecer catástrofes naturales, el político es consciente de que cuando debe decidir medidas se mueve siempre entre lo exagerado y lo insuficiente. Si las consecuencias no son para tanto habrá pecado de una cosa, y si lo son, de la otra. Es complicado, vale, y el ciudadano a veces no se lo ponemos fácil si todavía tenemos en la memoria, por ejemplo, las absurdas reticencias sobre el uso de la mascarilla durante la pandemia.
Los ciudadanos debemos tener más confianza en los organismos y gobiernos que toman decisiones que nos afectan, pero la primera lección que debería dejar la Dana de Valencia es que quienes están a su frente deben ganarse ese crédito y saber que están ahí para hacer su trabajo, sea grato o ingrato, porque de él dependen vidas, y no están para cruzar los dedos a ver si, como otras veces, no sucede nada, con el ciudadano abandonado a la intemperie.
Nos gustaría pensar que esta tragedia marcará un antes y un después, no solo en el modo de actuar ante un riesgo natural similar, sino también en la lealtad institucional que se deben las distintas administraciones. Pero hoy no conocemos un mea culpa, una dimisión, una asunción de responsabilidades, y lo que tenemos son millones de pérdidas materiales, con cientos de muertos y de desaparecidos. Esa es la única verdad.
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