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María Guardiola y Ángel Pelayo Gordillo el viernes durante la presentación del acuerdo. J.M.Romero
Análisis

Presidenta a su pesar

Desautorizada por Génova, María Guardiola ha comprobado en carne propia que Extremadura solo importa en Madrid mientras no moleste

Pablo Calvo

Badajoz

Domingo, 2 de julio 2023, 07:57

María Guardiola dijo muchas veces que no gobernaría con Vox, y su cambio de postura le hará ganar la Presidencia de la Junta de Extremadura ... a costa de haber dejado atrás su credibilidad. Pero eso no es lo peor.

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Lo peor es el modo en que lo dijo y que lo repitió en varios momentos que eran distintos.

La candidata del PP elevó las alianzas políticas, terreno abonado al pragmatismo, al campo de los principios absolutos, y marcó así un nivel que no ha sido capaz de cumplir. No puede culpar de ello a nadie. Vox siempre fue de frente y ella sola se enredó en la solemnidad de sus palabras hasta crear una maraña de la que ya no pudo salir sin traicionarse a sí misma. Su cara el pasado viernes lo decía todo.

Por otro lado, su no al partido ultra lo reiteró en precampaña y en campaña, momentos sin embargo en que los ciudadanos saben descodificar de un modo especial los mensajes de los candidatos políticos. Puede que con su forzado cambio haya desilusionado a parte de sus votantes, pero en ningún caso a la mayoría de ellos. Con su insistencia en dejar fuera a Vox una vez conocidos los resultados electorales, sin mayoría suficiente para gobernar ni haber ganado las elecciones, Guardiola dejó muestras, en cambio, de no interpretar bien el momento político que tenía delante.

Guardiola tendrá que hacer olvidar con sus actos la desconfianza generada hacia sus palabras

Su bisoñez en la primera línea política ha influido, sin duda, en el modo en que ha gestionado el aval conseguido en las urnas, en la idea de que si se persigue algo con mucha determinación lo acabarás consiguiendo. Cualquiera que haya tenido experiencia de gestión sabe que la realidad va imponiendo sus prioridades y que las renuncias son inevitables.

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Con todo, puede que sin la convocatoria del 23-J la presidenta del PP hubiera tenido más posibilidades de gobernar en solitario como se proponía. Nunca en su historia Extremadura había resultado tan importante, ni habría requerido tanta atención si el desacuerdo extremeño no se hubiera utilizado en clave nacional. La inexperta baronesa se ha tenido que enfrentar a una tormenta perfecta que la ha acabado por engullir.

A María Guardiola la han dejado muy sola. Primero, los colectivos de mujeres, inmigrantes y LGTBI, que pudieron escuchar de su boca una de las más contundentes defensa de sus derechos.

Y, sobre todo, la ha dejado sola su propio partido, desautorizada en su hoja de ruta de ir a nuevas elecciones, conminada a pactar y rápido, y objeto de reprimendas públicas, por no hablar de la presión mediática ejercida por el fuego amigo. Guardiola ha podido comprobar en carne propia que Extremadura solo importa en Madrid mientras no moleste.

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Además, resulta llamativo el silencio contemplativo entre los dirigentes extremeños del PP, unos callados para evitar que les salpicara la crisis en ciernes y otros ignorantes de lo que sucedía, pues los populares se manejan en los últimos tiempos como un reducido club de amigos.

Extremadura afronta una legislatura frágil, que puede afectar a una de sus virtudes, la estabilidad política, y con ello comprometer la buena gestión

Extremadura afronta así una legislatura caliente, con mayorías no deseadas y frágiles, que pueden llegar a afectar a una de las virtudes de esta comunidad, su estabilidad política, y con ello a comprometer la buena gestión a la que tienen derecho los extremeños.

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Enfrascarse en políticas revisionistas sin atender el cambio climático y en guerras culturales como las que acostumbra Vox solo servirá para malgastar recursos y energías, y frenará la evolución que espera la sociedad y a la que con tanto énfasis se ha comprometido el PP.

María Guardiola casi imploró el pasado viernes que se la juzgue por sus hechos a partir de que sea presidenta de la Junta. Es razonable que sea así. Todo nuevo gobernante merece sus 100 primeros días y que se evalúe su mandato por sus actos y logros. Sólo de ese modo podrá hacer olvidar la desconfianza hacia sus palabras tras su cambio de postura.

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