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Acaba de dar comienzo este fin de semana una nueva campaña para las elecciones europeas del 9 de junio, un día antes de que se ... constituya el Parlamento catalán salido de las urnas el pasado domingo. Parece que fue hace un siglo, pero solo han transcurrido siete días desde que el PSOE venciera en Cataluña. Pedro Sánchez ya tiene lo que perseguía, su gobierno de la Generalitat, a costa del desgaste de los socialistas en el resto de territorios, donde perdieron poder hace un año o se salvaron por los pelos, como en Castilla-La Mancha. Los que renunciaron a ser incómodos con aquello que nos les gustaba hicieron su propio ejercicio de autoinmolación.
Salvo sorpresa, el PSOE va a gobernar los próximos años en el País Vasco y en Cataluña, con sus respectivas coaliciones, y ya no ejerce ni en Andalucía ni en Extremadura, donde lo hizo durante tantos años. Signo del cambio de visión política. La necesidad de cortejar a los nacionalistas para retener la Moncloa, en tiempos en que las mayorías absolutas son sueños del pasado, y la consiguiente reacción opuesta que genera, particularmente simbolizada en el ascenso de Vox, dibuja un gris panorama para los socialistas de territorios de interior.
La táctica del ibuprofeno puesta en práctica por Sánchez no solo ha desinflamado el debate en Cataluña, es cierto, sino que lo ha adormecido hasta el extremo de que los separatistas prefirieron quedarse en casa el pasado domingo que ir a votar. La renuncia ha sido de tal magnitud que el propio Partido Popular duda en su diagnóstico de situación, y no sabe si es derrota o un paso atrás para coger impulso. Y mientras los que están sobre el terreno, los populares catalanes, dan por enterrado el procés, que es lo más probable para un largo tiempo, desde la derecha de Madrid se prefiere mantener la ilusión de que sigue vivo sobre todo porque le da mucho rédito en el resto de comunidades.
Sí, porque en lo que a nosotros nos concierne, los votantes extremeños parecemos los tontos útiles. Es decir, mientras en la campaña catalana no se ha hablado de amnistía, hasta al punto de que el propio Feijóo se limitó a relacionar inmigración y seguridad en sus incursiones mitineras catalanas, en la misma medida que en la reciente convocatoria del País Vasco no se habló de terrorismo (tan olvidado tenían el asunto que el candidato de Bildu se vio sorprendido cuando le preguntaron por ETA y no supo dar una respuesta digna), en cambio tengan por seguro que en la campaña para las europeas a los extremeños se nos volverá a hablar de terrorismo y amnistía, de las virtudes de las políticas desplegadas o de lo erróneas que son, según unos y otros, y se nos trasladará de nuevo un escenario polarizado y de crispación que, sin embargo, no se da en los propios lugares afectados. Y así, mientras unos votan por lo suyo, sus problemas cotidianos, nosotros votamos y nos crispamos por las cosas de los demás.
Es de prever que la participación descienda en las próximas elecciones europeas respecto a la última convocatoria de 2019, cuando coincidieron con las municipales y autonómicas. La realidad es que nunca han despertado una gran emoción en el ciudadano, pese a que no hace falta subrayar que Extremadura no sería tal y como es hoy sin la ingente cantidad de dinero proveniente de Bruselas. Así que, sería deseable que durante los próximos días, la campaña electoral sea aprovechada para hablar sobre lo que más nos concierne a los extremeños, por ejemplo, el grado de ejecución de los fondos, los planes de infraestructuras o exactamente qué frena los regadíos de Tierra de Barros. Pero que no nos vengan con asuntos de los que luego no hablan en los territorios afectados, que solo sacan aquí a colación para despertar el voto más primitivo. Es decir, que se trate el votante extremeño como adulto y se nos hable de nuestras necesidades y de las soluciones que tienen previstas, si las tienen.
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