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Nos dicen que debemos agenciarnos un kit de supervivencia para el caso de guerra y cuando se apagan los ecos de las chanzas y los ... memes, uno piensa si de verdad estamos hablando de lo que estamos hablando, cuando las anécdotas de la mili hace mucho tiempo que desaparecieron de las conversaciones por falta de protagonistas. Es solo uno de los desafíos de calado que nos dejan las últimas horas, empeñadas en colocar delante de nosotros cuestiones de muchas aristas que la superinteligente sociedad actual es incapaz de resolver, o de alcanzar un mínimo punto de acuerdo, por muchas horas de debate sesudo que dedique.
Me refiero a noticias como la publicación de 'El odio', el libro sobre el asesinato de dos niños a manos de su padre, Bretón, que se ha convertido en el epítome ibérico de la maldad, como Manson lo es en el imaginario americano. Sabemos que trágicos sucesos pueden alumbrar obras valiosas y perdurables, y la historia nos demuestra que la creación artística en general siempre ha surgido a partir del dolor de alguien. Los familiares de los muertos de Puerto Hurraco tuvieron que soportar que su drama de una noche de verano sirviera de entretenimiento para una tarde de sábado de cine, sin ir más lejos. El éxito exacerbado del 'true crime', que a lo mejor es lo que hay que mirar de fondo, ha llevado a que los tiempos se acorten al mínimo sin medir más consecuencias.
Solo el caso de la absolución del futbolista Dani Alves ha logrado competir con los dos asuntos mencionados, pero lo ha hecho a lo grande. Antes, la agresiones sexuales que se condenaban necesitaban de pruebas físicas contundentes en el cuerpo de la víctima. Todo lo demás era la palabra de uno contra otro, u otra, y por eso muchos casos quedaban sin denuncia o la denuncia moría sin más. Con la decisión sobre Alves se comprueba que la nueva doctrina del consentimiento no puede aún con el más allá de toda duda razonable que exige el derecho penal para condenar a alguien. En definitiva, se vuelve a la casilla de salida cuando uno pensaba que la partida ya estaba muy avanzada.
Desafíos morales, sociales, jurídicos, educativos para los que la sociedad no encuentra aún respuestas unívocas, mientras que las que ya creíamos aceptadas, en cambio, vuelven a ser revisadas y cuestionadas. Extremadura va a sustituir su ley de memoria histórica por una ley de concordia que no incluye la palabra dictadura, pero sí ocho veces la de terrorismo; o que habla del Franquismo en tantas ocasiones, una, como de la Segunda República, a la que responsabiliza poco menos por sus «dinámicas de enfrentamientos» de la Guerra Civil. «Nunca hubo un relato consensuado» sobre esos episodios históricos, dice la nueva ley que Vox blandió con honda satisfacción el jueves en el último pleno de la Asamblea.
El partido de Abascal domina claramente el relato en Extremadura. El discurso y los hechos. Dejó a la comunidad sin presupuestos para 2025 conocedores de la desconfianza mutua entre PP y PSOE, incapaces de tener altura de mira política; se llevó a su terreno las medidas fiscales incluidas en un decreto al que solo dio su apoyo cuando ya había logrado tirar a la basura la ley de memoria, uno de sus grandes objetivos de legislatura. Y saben lucir con orgullo las peticiones que el PP no les concede (inmigración, ayudas a sindicatos) para seguir trasladando la idea de que son diferentes a ellos y conservar o ampliar así sus votantes.
Vox va ganando mientras reescribe la historia con el consentimiento de un PP de María Guardiola que le deja hacer pensando que esa ventaja no es peligrosa cuando estamos a mitad de la carrera, y que le derrotará cuando toque. La cuestión es la distancia que le saque, es decir, si no se está jugando ahora la mayoría absoluta que tanto cree tener a su alcance y tanto desea.
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