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Nunca hemos estado tan interconectados ni hemos tenido acceso a tanta información como ahora. Sin embargo, cada vez estamos más aislados y desinformados. Es la ... gran paradoja social de nuestros tiempos líquidos. Nuestra realidad, nuestras relaciones y nuestras redes sociales son cada vez más virtuales. Y en un doble sentido, según las acepciones 3 y 4 del término 'virtual' que recoge el Diccionario de la Lengua Española: 3) que tiene existencia aparente y no real; 4) que está ubicado o tiene lugar en línea, generalmente a través de internet. La experiencia de lo real está siendo reemplazada por la experiencia de lo digital. Múltiples pantallas se han convertido en nuestras ventanas al mundo. Como se repetía en la serie 'Expediente X', la verdad está ahí fuera, pero si no aparece en nuestras pantallas no existe. Solo existe lo que vemos a través de ellas, aunque no sea muchas veces real. Por eso, quien controla nuestras pantallas controla nuestra percepción. O dicho de otra manera: quien controla el canal controla el mensaje. Pantallas que, curiosamente, son táctiles, mientras que nuestra percepción cada vez es menos táctil. Por no tocar ya no tocamos ni el dinero, que está dejando de cambiar de manos para moverse a golpe de clic.
Como sostiene Byung-Chul Han en su ensayo 'La desaparición de los rituales', los rituales generan una comunidad sin comunicación; en cambio, hoy prevalece la comunicación sin comunidad. Por ende, la comunidad está desapareciendo. Cada vez celebramos menos fiestas comunitarias; cada uno se celebra solo a sí mismo. El nosotros ha sido desplazado por el ego. «Hemos olvidado que la comunidad es fuente de felicidad», lamenta el filósofo surcoreano, quien recalca que, a pesar de la hipercomunicación digital, en nuestra sociedad la soledad y el aislamiento aumentan. Y se han agravado durante la pandemia de covid-19, porque las restricciones impuestas para atajar los contagios impiden el contacto físico y han reducido aún más nuestras relaciones presenciales.
«Y la soledad no elegida es dañina para la salud de forma incuestionable», diagnostica en una entrevista con la revista 'Ethic' Mario Alonso Puig, cirujano y experto en inteligencia emocional que lleva veinte años investigando y divulgando cómo desarrollar todo el potencial que los humanos atesoran en su cerebro. Alonso Puig advierte que «las consecuencias emocionales de la pandemia son muy profundas, porque no solo ha habido, y hay, personas que se sienten profundamente solas, sino que no ha habido una sensación de que hubiera una unidad de criterio en lo que se estaba haciendo. Esto genera una profunda desconfianza». Y esta favorece la difusión de noticias falsas, porque si no nos fiamos de la información oficial somos más susceptibles de creernos lo que nos llegue de fuentes alternativas. Además, la covid, al prolongarse en el tiempo, «produce un enorme desgaste emocional» y hasta ansiedad o depresión.
Por esa razón, el doctor madrileño considera que, teniendo en cuenta que el ser humano es un ser de encuentro y que la época navideña tiene «un tremendo componente emocional», «es importantísimo que –sea presencialmente o mediante la tecnología– las personas –sobre todo esos dos millones de mayores de 65 años que viven sin compañía en España– no se sientan solas» durante estas navidades, uno de los pocos rituales, de las pocas fiestas comunitarias que aún conservamos.
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