
Qué le pasa a la Policía Local
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No debemos acostumbrarnos a que agentes municipales sean noticia negativa en distintas ciudades por una u otra razónSecciones
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ANÁLISIS ·
No debemos acostumbrarnos a que agentes municipales sean noticia negativa en distintas ciudades por una u otra razónCuando al jefe de la policía local de Cáceres le sustrajeron su arma reglamentaria, guardada en una caja fuerte que también se llevaron de su ... despacho de la jefatura, el hecho berlanguiano y desconcertante de que quienes deben velar por nuestra seguridad no saben guardar la suya propia no fue sin embargo lo peor. Lo más preocupante para el ciudadano perplejo fue que entre el propio cuerpo policial se creía que había sido alguno de ellos el autor del robo, como forma de escarmiento al jefe recién llegado por las condiciones de trabajo.
Nos estamos acostumbrando a que la Policía Local se convierta en noticia negativa en nuestras ciudades, da igual que sea Cáceres, Plasencia o Badajoz. En la capital del Jerte se investiga por qué un automóvil utilizado por los agentes fue multado en Portugal. El importe de la sanción, 70 euros, es lo de menos; lo de más es el uso libertino de unos recursos públicos destinados a la seguridad ciudadana, la actitud laxa que se intuye en el funcionamiento de ese cuerpo o al menos por parte de algunos que lo integran.
En Badajoz es preocupante la frecuencia con la que aparecen imágenes en las que policías municipales ejercen una violencia gratuita sobre los ciudadanos, lo mismo que otro día (un domingo por la mañana) el jefe del cuerpo se ve envuelto en un oscuro suceso con encañonamiento de pistola incluido, según su versión. Porque son casos todos ellos que se tratan con el más absoluto de los oscurantismos y falta de transparencia ante la opinión pública.
Lo que sí tienen en común los policiales locales es la presión que ejercen sobre los ayuntamientos respectivos para el cumplimiento de acuerdos ventajosos, aun a costa de la suspensión de eventos sociales y populares. La ciudadanía tomada como rehén de contenciosos laborales, introduciendo el caos y la imprevisión en donde debería haber orden y seguridad acorde con lo que se supone es el funcionamiento de un cuerpo policial.
Tal relación de hechos conflictivos o polémicos en los que se ven inmersa la Policía Local no puede ser casualidad y debe responder, en cambio, a una raíz común que luego se manifiesta en cada ciudad con sus propias características.
Al contrario que otros cuerpos de seguridad, que responden a una organización mucho más jerarquizada, la municipal depende de una representación política con alcaldes o concejales delegados que se saben de paso, que suelen transigir en aras a mantener un buen clima que en realidad es un mal entendimiento de lo que deben ser sus responsabilidades, sin atreverse a profundizar en lo que enseguida detecta como un jardín lleno de charcos. Dicho de otro modo, optan por dejarles hacer en una especie de autogobierno, que tanto puede salir bien como mal. Cuando es lo segundo e intentan reconducir vicios e inercias, ya es tarde y muy complicado.
Los agentes locales, como cualquier trabajador, tienen derecho a que mejoren sus condiciones laborales y disponer de los recursos suficientes para ejercer de modo seguro su tarea, que la ciudadanía debe agradecer. De hecho, es algo que se hace de forma regular con la entrega de reconocimientos y su debida difusión pública. De la misma forma, deberían existir criterios claros en la organización de sus jornadas de trabajo, teniendo en cuenta que su profesión es indisociable de lo imprevisto. Una sentencia acaba de dar la razón a los policías locales de Cáceres en este sentido.
Pero a lo que no debemos acostumbrarnos como ciudadanos es a que los policías locales sean noticia negativa por una u otra razón, al extremo paradójico de que se propaga la sensación de que todo lo que tiene que ver con ellos contribuye a enturbiar más que a mejorar la convivencia. Sea por su responsabilidad o por inoperancia de los gobiernos municipales.
La pistola robada en Cáceres nunca apareció, pero sí el autor de la sustracción, un toxicómano habitual que la vendió en Madrid y fue condenado a año y medio.
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