Cada vez es más frecuente encontrarnos con carteles de aviso donde está prohibida la entrada o presencia de los niños. Es algo que, sobre todo ... ahora en verano, lo podemos ver al hacer la reserva en muchos hoteles. Hay quienes los consideran molestos, incordiantes y que estorban a otras personas, por lo que, para evitar situaciones incómodas, evitan que entren. Así, se curan en salud.

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Es un reflejo en parte de la exigencia que seguimos mostrando ante ellos, cómo esperamos que dejen de hacer cosas de niños para complacer nuestro descanso o nuestro tiempo de ocio, que estén sentados el mismo tiempo que nosotros (aunque por proceso madurativo no estén preparados), que estén en silencio (aunque tengan una edad en la que la explosión del lenguaje es propia y necesaria). Niños en formato adulto, para que todos nos podamos entender.

Los convertimos en víctimas de su propia etapa de desarrollo, en verdugos de su edad, les relegamos al plano del parque infantil sin que puedan forma parte de nada más. Y esto es discriminatorio.

Si buceamos en nuestros recuerdos, en esos de la primera infancia, donde nuestro único cometido era ser niños, sin ninguna otra pretensión, puede ser que nos recordemos saltando, corriendo, chillando, jugando. Y en algún momento del recuerdo quizá nos venga también la voz de nuestro padre o de nuestra madre donde nos recordaba poner atención si estábamos molestando a alguien.

Molestar a alguien es poder tomar conciencia (los adultos) de que, aún haciendo cosas de niños, a veces y de forma indirecta sin intención, puedan estar incomodando. Hablé hace un tiempo de la necesidad de poner límites en la crianza. Dentro de esos límites está el cuidar y supervisar dónde se está haciendo según que cosa, guiar, enseñar y no caer en la permisividad.

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Con esto vengo a decir que existen momentos donde, no es que los niños molesten, sino que lo que causa estrés es la pasividad o la ausencia del progenitor. No todo vale ni cabe tras la frase de ser niños o hacer cosas de niños, no se puede utilizar como un escudo protector donde todo quepa, porque verdaderamente hay cosas que no caben ni refleja eso que se está diciendo.

Hay que reconocer también que en ocasiones los adultos tenemos la piel tan fina que no toleramos nada: un niño que salta, molesta, un niño que grita, molesta.

Y esto es para que cada quien se lo revise.

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Cada vez que pienso en la cantidad de responsabilidad que ponemos en los niños, en todo lo que les exigimos, en las expectativas tan altas que ponemos en ellos, me viene que si verdaderamente tuvieran capacidad, nos mandarían a todos los adultos a hacer puñetas, con perdón, o por lo menos, a dar alguna formación para poder conocer sus procesos y no exigir nada de lo que no sean capaces (esto es cerebral).

Si no toleras una situación donde un niño está haciendo lo que tiene que hacer, el problema no es del niño.

Si no toleras una situación donde tiene que intervenir un progenitor y no lo está haciendo, la responsabilidad tampoco es del niño.

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La crianza es dura y difícil, que eso vaya por delante, y a los adultos con la piel tan fina, más empatía con esto.

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