En 1851, Jean Bernard Léon Foucault, un joven de 31 años sin formación universitaria, dejó boquiabiertos a todos los sabios de Francia. Buscó al ingeniero ... Paul Froment para que le diseñara una pieza esférica perfecta, de 28 kilos de peso, que sujetó a un cable de 67 metros de largo y milímetro y medio de grosor, casi imperceptible en la distancia, luego la colgó bajo la cúpula de la Sala Cassani, en el observatorio astronómico de París, le dio un ligero toque y aquel péndulo comenzó a oscilar y girar lentamente, demostrando con su desplazamiento, dibujado sobre un círculo de arena esparcida por el suelo, la mismísima rotación de la Tierra.
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En el transcurso de las décadas siguientes, Foucault desarrollaría una incesante labor investigadora: midió la velocidad de la luz, inventó el giróscopo, captó las primeras fotografías del Sol y descubrió las corrientes parásitas que llevan su nombre. Precisamente, su nombre ocupa un lugar destacado en el friso de la Torre Eiffel, junto al de otros 72 inventores y eruditos de la época, pese a que la comunidad científica internacional siempre lo ninguneo en vida. El péndulo estaba fijo y no rodaba, porque quien lo hacía, ya que así viene ocurriendo desde hace miles de millones de años, es la Tierra. Sin embargo, la gente continúa fijándose en el dedo que señala la luna.
En 1988 Umberto Eco tomó prestada esta metáfora para dar título a su nueva novela, una sátira feroz contra las teorías conspiranoicas, en la que desnudaba a todos aquellos teósofos y hermetistas de nuestro tiempo que siguen creyendo a pie juntillas que templarios, rosacruces y sabios de Sión tienen un plan oculto para dominar el mundo. ‘El péndulo de Foucault’ es a la plaga del esoterismo y las supercherías ocultistas lo que el Quijote a los libros de caballería. Sin embargo, la gente sigue sin ver la luna y prefiere hacer rico a los Dan Brown de turno. Por lo general, acogen explicaciones pueriles y extravagantes con una alegría que asusta. Y lo más descorazonador es que esto ocurre en todos los órdenes, ya sea científico, histórico, cultural o político.
En un momento dado, los personajes de la novela de Eco debaten sobre la creación de una Facultad de Trivialidad Comparada, en la que podrían impartirse, entre otras, las asignaturas de Pilocatábasis, que es el arte de salvarse por los pelos, y de Tripodología Felina, disciplina que consiste en buscarle tres pies al gato. Pensé en la primera viendo el partido entre Japón y España, y en la segunda cuando leí que decenas de seguidores de Bolsonaro se habían reunido en Porto Alegre con un móvil en la cabeza, haciendo señales lumínicas a los extraterrestres para que bajaran a liberar el Brasil de las garras del comunismo de Lula. Visto lo visto, lo que deberían hacer los extraterrestres es desintegrarnos a todos con un rayo cósmico. La Tierra se lo agradecería. Pero por favor, que no sea antes de que finalice el Mundial.
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