Uno de los capítulos de 'The Newsroom', una de las mejores series sobre periodismo y que trata sobre el trabajo de una televisión de noticias de Nueva York, se ocupó de cómo habían tratado los informativos de las grandes cadenas de Estados Unidos un caso ... real: en agosto de 2011, la congresista de Arizona Gabrielle Giffords fue tiroteada en la cabeza durante un mitin. A punto de iniciar sus emisiones, las informaciones que llegaron a las redacciones de los telediarios eran confusas pero daban a entender que Giffords había muerto. La información que difundieron fue esa: había muerto. Sin embargo, sobrevivió al atentado y hoy dirige un movimiento para el control de armas.
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'The Newsroom', que se puede traducir como La Redacción, relata este asunto bajo un enfoque muy sugestivo: la acalorada discusión que hubo, de un lado, entre productores y algunos periodistas del programa y, de otro, Will McAvoy, el protagonista de la serie y editor responsable de las noticias, interpretado soberbiamente por Jeff Daniels, a raíz de que este se negara a difundir que la congresista había muerto. Los primeros le presionaban para que lo emitiera, le insistían en que los noticiarios de los gigantes televisivos ya lo habían dado, le planteaban la pérdida de credibilidad de su programa por aparecer como que no se entera de lo que ocurre. Pero McAvoy resistió parapetado tras una frase que los periodistas deberíamos llevar grabada a fuego como brújula del oficio: «No lo tenemos confirmado». Eso le salvó del oprobio. La moraleja de la serie es que los periodistas deberíamos extremar el cuidado para no confundir la verdad con las apariencias, que como todo el mundo sabe engañan.
Esta semana pasada me he acordado de aquel episodio de 'The Newsroom' porque hemos comprobado que esa sencilla frase del 'no lo tenemos confirmado' no parece tan indeleblemente escrita a fuego como debería para un significativo sector del periodismo de nuestro país, que sufrió el martes 7 su particular 'caso Giffords' con el asunto del individuo que se inventó que ocho encapuchados le agredieron marcándole con una navaja la palabra maricón en un glúteo, y dos días después admitió que se lo había inventado. Para entonces, la opinión pública ya estaba en ebullición, en muy buena parte (no en toda: ahí el Gobierno también se empleó a fondo) porque periodistas de medios que marcan el paso de la actualidad en nuestro país sucumbieron a la tentación de considerar verdad lo que a ellos les parecía que era y, además, ninguno hizo el trabajo sagrado: confirmar la noticia. Hubo algún director de un medio digital que fue incluso más allá y aseguró explícitamente la veracidad de la denuncia y publicó, aunque luego retiró, un artículo delirante de un colaborador en que hacía sociología política barata sobre el suceso. Me pregunto si la sociedad española no se hubiera ahorrado el momento de crispación vivido en torno al caso Malasaña si algunos periodistas hubieran hecho bien su trabajo. El amargo estrambote es que he visto solo a 'El País' ofreciendo disculpas por el grave error. Le honra.
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