Directo Guardiola responde en la Asamblea sobre su hoja de ruta sin presupuestos

De repente, el mundo se transformó en un lugar inestable para el que no estamos preparados. Ahora, aunque pisemos el mismo suelo que antes caminamos con pasos inseguros. Caminamos desequilibrados por la incertidumbre, por la vulnerabilidad provocada por una pandemia sin fin. Encerrarnos clavó un ... duro puyazo en nuestra estabilidad emocional que tiene todavía a muchos en la lona. Caminamos con desconfianza para averiguar de qué cloaca sale esa música desafinada, un ruido de marcha militar cantada en ruso por un Putin endiosado. Vemos a diario en telediarios y periódicos cómo jóvenes de uno y otro bando se matan, también mueren niños y adultos.

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Una imagen luctuosa de calles destruidas y edificios derribados. Aunque eso a nosotros nos pilla lejos, como nos pillaba lejos los chinos con mascarilla en los inicios de la pandemia. Aquí, cerca, tenemos Salvatierra y celebramos con orgullo el triunfo de la gente normal, el de un pueblo al que querían guarrear con un macrovertedero. La victoria de gente corriente que defiende lo suyo con dientes y uñas convirtiéndose en nuestros héroes. Una heroicidad antigua a la que podría ponerle letra y voz Víctor Jara o Labordeta.

No sabemos si la subida unirá también a los de las hipotecas variables. Hipoteca: una palabra que es casi sinónimo de esclavitud. Un robo que esta tan normalizado, que obliga a pagar sin protestar durante treinta años, casi todo una vida laboral, un tercio del sueldo para tener una vivienda. Y encima, los amantes enfermizos del dinero suben precios en época de crisis. «Son tan pobres que solo tienen dinero».

La vida ha dejado de ser la balsa que conocíamos para convertirse en un mar embravecido. Mientras tanto, yo sigo escribiendo desde mi refugio seguro de cotidianidades, de tiendas de barrio, de tascas, aunque cada vez haya menos, de gente de Badajoz, de fotografía, de exposiciones exitosas y sobre todo de las que no lo son. De los que no tienen éxito, de los perdedores, de todos esos que no triunfamos ni queremos hacerlo, de todos aquellos que utilizamos el arte como arma de salvación frente a la barbarie.

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Agarramos fuerte la mano de nuestros hijos para protegerlos de un futuro incierto y a la vez protegernos nosotros de un futuro que se detiene. Agarramos fuerte la mano de nuestros mayores sintiendo el temor a la vejez, a la desmemoria, al dolor. Una generación dura y valiente que se va con tristeza más por nosotros que por ellos.

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